A los 16 años, inicié una búsqueda en la biblioteca de la Universidad de Puerto Rico. La búsqueda era necesaria, necesitaba entender quién era yo, necesitaba saber más sobre la persona que me miraba desde el espejo, aterrado pensaba que desaparecía ante mí un futuro, con esposa, hijos y carrera profesional y temía decepcionar a mi padre y mi madre. No existía gente como yo. Fue en esa búsqueda que encontré el libro “Gay American History: Lesbians and Gay Men in the U.S.A” de Jonathan Katz. Lo leí completo, absorto en el descubrimiento no solo de que al parecer había mucha más gente como yo, sino de que había una historia de gentes como yo. Ese libro no solo dio sentido a mis deseos, sino que también dio sentido a mis temores, y parecía poco a poco, contestar muchas de las interrogantes que tenía. También ayudó a darme un sentido de identidad y pertenencia, las personas como yo existíamos al menos desde el 1566. Había una rica historia de dolor, y persecución, de violencia tanto civil como institucional, pero también esa historia estaba llena de logros y resistencia. Aprendí sobre lobotomías y arrestos, robos de herencia, asesinatos y confinamiento involuntarios en instituciones mentales. Pero también aprendí sobre el Mattachine Society, las Hijas de Bilitis y Stonewall. Cuando terminé de leer el libro, yo estaba anclado en una historia y en una comunidad que por muchos años pensé e imaginé como mías. El tiempo me diría después que esa historia y esas comunidades no eran tan mías, pero por muchos años lo fueron y me sostuvieron e hicieron posible un proceso de auto aceptación y auto valorización necesarios.
Años después, a mediados de los 80 cuando decenas y decenas de amistades y conocidos comienzan a morir a causa del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) y de la negligencia, inacción e indiferencia de los gobernantes de entonces, comencé a participar de ACT-UP y comencé a conocer a otros activistas, José Toro Alfonso, Mildred Braulio, Sylvia Calzada, Olga Orraca, Lilliam Irizarry, Evelyn Otero, que para mi sorpresa hablaban de organizaciones ya existentes, comunidad que ya existía desde mucho antes, grupos de estudio, activismo, resistencia y actividades públicas lúdicas, aquí en Puerto Rico. Así escuché por primera vez de la Comunidad de Orgullo Gay y de Nosotras 10 y de Madres lesbianas. Colaborando con la Coalición Puertorriqueña de Lesbianas y Homosexuales (CPLH) y en una reunión editorial de la revista Sal Pa’fuera, me enteré que había existido Pa’fuera otra revista también de nuestras comunidades. Todo esto me asombraba y llevaba a preguntar, ¿cómo había sido posible tanto trabajo político y que nunca hubiera leído o escuchado nada sobre estos eventos?
Casi dos décadas después, En Rojo, la revista cultural del Semanario Claridad y su editora Alida Millán, me hizo un acercamiento para que editara el primer suplemento queer en Puerto Rico, convirtiéndose así en la primera publicación periódica que dedicaba un número completo a nuestras comunidades, durante el mes de orgullo gay. El tema de ese suplemento fue “Para el récord”, lo titulé así precisamente porque para entonces estaba convencido que había un acuerdo tácito de borrarnos de la historia oficial de Puerto Rico como comunidades organizadas, como ciudadanos y ciudadanas. Es mucho más fácil descartarnos, discriminarnos, y distorsionarnos si no existe un récord de nuestras historias, de nuestras contribuciones y aportaciones a la sociedad puertorriqueña, contribuciones y aportaciones al país que habitamos y que amamos, al país en el que trabajamos y morimos. No existía una historia que nutriera nuestra identidad. Pero seguíamos trabajando, existe mucho trabajo político y literario, quiero reconocer dos excelentes documentales históricos, elyibiti de Aixa Ardín (que cubre desde los 70 hasta temprano en los 90) y Libres para amar de Jorge Oliver (que documenta desde los 90 hasta el 2000), y quiero reconocer que hoy contamos con una editorial LGBT, Editorial La Tuerca, y tenemos escritores como Aixa Ardín, Yolanda Arroyo, Larry LaFontaine, en la diáspora (aunque siempre lo veo como de aquí, punto) y Luis Negrón cuyo “Mundo Cruel” ha sido traducido a tres idiomas y publicado en más de siete países. Aun así, “Para el récord” reconocía indirectamente que hay trabajo, documentos, historia que se pierde en nuestra memoria, en nuestros garajes y sótanos en cajas, expuestos a la humedad y al pasar del tiempo 1 .
No sabía entonces que ya se estaba gestando este libro que presentamos hoy, en la forma de tesis doctoral, de Javier Laureano. Un año después, asistía a la defensa de tesis del hoy ya doctor Javier Laureano. Todavía al recordar, siento la alegría y orgullo de haber estado presente en uno de esos momentos que reconocemos como histórico. Poco tiempo después, en estrecha colaboración con el director del Programa Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña, Ángel Antonio Ruiz Laboy, nos encontramos en la posición de hacer posible que el Instituto de Cultura Puertorriqueña publicara esta excelente trabajo académico de investigación que contribuye y hace justicia a la Historia Puertorriqueña y que tanto aporta al cúmulo de trabajos que hacen historiografía sobre Puerto Rico. Un excelente libro de historia publicado por la excelente editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Un logro que nos llena de orgullo.
Otro logro que nos llena de orgullo es que la próxima joven de 15 o 16 años buscando en una biblioteca encuentre un documento histórico que no le hable de comunidades y luchas LGBTT foráneas, sino que le hable y la identifique con su propia historia, una historia de muchas comunidades, no necesariamente geográficas pero que sí hicieron una historia común en la geografía que nos provee San Juan y sus áreas limítrofes.
Nota: Este es el texto que leí como Director Ejecutivo del Instituto de Cultura Puertorriqueña el 30 de agosto de 2016 en el Teatro del Museo de Arte de Puerto Rico en ocasión de la presentación.
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