Siempre he sido y seguiré siendo un orgulloso Puertorriqueño.
Siempre he sido y seguiré siendo un orgulloso hombre gay.
– Orlando “El Fenómeno” Cruz
El 4 de Octubre de 2012, Orlando “El Fenómeno” Cruz, un boxeador profesional (18-2-1, 9 KOs), en la cuarta posición en la Organización Mundial de Boxeo en la división pluma y también atleta olímpico que representó a Puerto Rico en el pasado, salió del closet. Hubo dos sentimientos inmediatos que sentí: El deseo de inmediatamente expresar mi apoyo y una alegría llena de excitación y rehabilitación.
El deseo inmediato de expresar apoyo surge de la solidaridad y la camaradería. Salir del closet, al nivel de visibilidad que lo hizo Orlando Cruz, es un gran riesgo. No es poco lo que nos ha dado Orlando Cruz con su salida. No sólo ha revelado un lado íntimo de su personalidad, Orlando arriesgó la amistad y respeto de los demás boxeadores, arriesgó el bullying promocional de futuros contrincantes y arriesgó la oportunidad de hacer endosos comerciales, que es un serio riesgo económico.
Para una persona como Cruz, que viene de Quintana, un vecindario económicamente pobre, éste es un riesgo que no debemos subestimar. El riesgo que tomó Orlando Cruz para alcanzar ese sentido de libertad que ha expresado en múltiples entrevistas, no es pequeño. Muchas y muchos de los que han tratado de minimizar su acción, deberían preguntarse si, frente a todos esos riesgos, hubieran hecho lo mismo.
Pienso que es necesario que hombres y mujeres gay y lesbianas demuestren, en este momento, solidaridad y apoyo. Contestando y refutando comentarios homofóbicos e intentos de minimizar sus logros, Orlando Cruz. Orlando, con su ejemplo, le ha ofrecido mucho a una comunidad que no necesariamente tiene los mejores intereses de la gente LGBT de Quintana en la mirilla.
La otra gran alegría que sentí fue por los jóvenes gay de hoy. Jóvenes, que como Orlando, se crían en caseríos y áreas pobres donde las opciones y rutas para mejorar y/o destacarse son muy pocas: el ejercito, el punto y, para muchos menos, el boxeo. Ni siquiera me atrevo, conscientemente, a incluir en esas categorías a la educación.
El deterioro en que el Estado ha permitido que se encuentren las escuelas para los caseríos es ya harto conocido. Para todo aquel niño gay o bisexual que esté pensando que quiere boxear, o que esté boxeando aterrado de que se sepa “su secreto”, Cruz debe ser motivo de esperanza y hoy les demuestra que se puede ser honesto consigo mismo, con su familia y compañeros y seguir boxeando. No me engaño, no tiene que ser así en todos los casos y Cruz tiene la ventaja de haberse probado como boxeador por muchos años (24) antes de salir, pero pienso que como quiera provee una esperanza y un ejemplo.
Yo fui un aficionado del Boxeo por muchos años. La noche que Mike Tyson cayó en la lona derrotado por Buster Douglas (o por sí mismo, como muchos alegaron) lloré largo y tendido y más nunca vi boxeo. A través de los años he ido cambiando de opinión respecto al boxeo y otros deportes de “contacto.”
Pienso que la excitación que produce una buena pelea no es suficiente para justificar el daño que pudiera recibir un boxeador en una noche, o a través de los años acumulando constantes golpes al cuerpo y a la cabeza. No me opongo al boxeo y no niego su lugar en el deporte y puedo disfrutar una pelea. Pero hace años dejé de patrocinarlo.
En ese contexto, en que no soy fanático del deporte, me obligó a reflexionar sobre ¿porque la alegría tan intensa, el exaltamiento que recorrió mi cuerpo al leer el comunicado de prensa en que Orlando Cruz anuncia al mundo que es homosexual? Una de las razones ha sido discutida ampliamente, el boxeo es el último bastión del macho heterosexual.
Es el terreno vedado a todo homosexual. Es el deporte que por consenso social excluye al hombre homosexual. No porque no se nos permita entrar, a nadie se le pregunta la orientación sexual antes de permitirle boxear. El consenso es más maligno que eso, se nos ha excluido porque se nos ha atribuido esa incapacidad.
Ser boxeador es (o por lo menos era hasta el anuncio de Orlando Cruz) incompatible con ser gay. Los gay nunca pelearán como pelean los hombres. En la “pelea” es donde se encuentra la “verdadera” diferencia. Además, hasta ahora, existía el mito de que si lo hubiera, salir del closet era un suicidio. La industria en pleno lo rechazaría.
La homofobia internalizada es algo terrible. Teóricamente, yo se que las probabilidades de que existan boxeadores gay son tan altas que permiten asumir que existen boxeadores gay, y bisexuales. Nos pasamos repitiendo y anunciando que estamos en todos lados, citamos a Kinsey y su estudio que reveló que sólo un 10% de la población es exclusivamente heterosexual u homosexual, que hay todo un 80% entre medio.
Sabemos y decimos que hay homosexuales en todas las estratas sociales, en todas las edades, etnias, nacionalidades, religiones, etcétera. Yo ya había escuchado el rumor del boxeador gay puertorriqueño (y también el del boxeador gay mexicano). La confirmación que nos brindó Cruz, no debió, a un nivel consciente, excitarnos, sorprendernos, alegrarnos tanto. Pero ese fue su impacto. Alegría de la buena porque se confirmó un dato que ya sabíamos cierto.
Pero hay más razones. Verán; la primera vez que peleé en la escuela intermedia, se burlaron. Me dijeron que yo peleaba como las mujeres. De hecho, en algunos incidentes de bullying simplemente no me defendí porque le tenía más miedo a que se dijera que peleaba cómo las mujeres que a los golpes. Me dejé dar porque era peor ser llamado mujer que aguantar los burrunazos.
Nunca se me ocurrió que la “hombría” no fuera genética y que las técnicas de boxeo se aprenden y no dependen del pene. Tampoco nunca se me ocurrió que para pensar así tenía que pensar, tal vez, que las mujeres son inferiores y sus peleas son inferiores (de niño nunca supe de mujeres boxeadoras).
De momento, el comunicado de Cruz reivindicó en mí no al adulto en posesión de la teoría sino a aquel niño que también necesitaba, aún después de tantos años, esa reivindicación: los hombres gay, también pueden pelear como los otros hombres. Aún cuando hoy se que el boxeo es una técnica que tanto hombres como mujeres aprenden y dominan, esa validación me sonó necesaria. El sexismo y la homofobia internalizada son cosa seria.
Por último, y no menos importante, quiero hablar del Boxeo, no como el deporte reconocido por muchxs (rechazado también por muchxs), sino de la violencia intrínseca al mismo. Y esta tal vez es la más problemática de mis alegrías. Orlando Cruz, para mí, representa un hombre gay que le puede partir la cara a cualquiera.
Él mismo lo ha dicho en varias entrevistas y lo sabemos, él se gana la vida dando trompás, él ha hecho su carrera con y a los puños. Y pienso que esos puños y trompás que tira Orlando Cruz son los puños y trompás que hubiera querido dar yo en momentos de mi adolescencia en que no las pude dar. Posiblemente, no las puedo dar todavía. Esos puños y trompás son los que se merecían mis bullies del pasado, esos puños y trompás son los que merecen los bullies de hoy de tantos. Esos puños y trompás son los que hoy amenazan y cuestionan el tenue monopolio del macho hetero sobre la capacidad de hacer daño con sus puños.
Y me disgusto conmigo mismo. Me disgusto porque esa reivindicación me llega a un costo. Al costo de que es todavía la capacidad de violencia e infligir daño la que define al Hombre. En ese sentido nada parece haber cambiado. Celebro que un hombre gay puede golpear e infligir daño igual o mejor que uno hetero. Es esa capacidad de infligir daño de forma violenta la que sigue definiendo al hombre.
¿Cuán importante es en sí esta victoria entonces? Y recuerdo a Pirro, el Rey de Epiro. Pero hoy no me importa. Tal vez hay algo perverso en ese gozo de saber que hay un boxeador, orgullosamente puertorriqueño y orgullosamente gay que puede partirles la cara a otros. Hay un goce definitivo en saber, que al menos conozco un joven gay que peleó pa’trás, que no se dejó dar y que partió caras. Es una identificación perversa y lúdica a la vez. Ése sentimiento tal vez no es muy deportivo.
Ése sentimiento tal vez no apuesta a la educación como solución. Ése sentimiento, tal vez, no distingue entre Orlando “El Fenómeno” Cruz, el deportista y atleta excelente que hoy conocemos, y un guapetón de barrio partiéndole la cara a muchos bullies. Pero confieso que así lo necesito y me doy el permiso de gozármelo por un tiempo.
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