Asistí a la apertura de la exhibición “Gran Fury: Read My Lips” efectuada el 31 de enero en la 80 Washington Square East Gallery, organizada por el colectivo de artistas comprometidos con el activismo en contra del sida a través del arte Agitprop, conocido como Gran Fury y por Michael Cohen. Gran Fury fue reconocido como el arma publicitaria de ACT UP/NY (AIDS Coalition to Unleash Power, New York) y se llamó ‘Gran Fury’ porque ese era el nombre del carro Plymouth que para entonces era el favorito de la Policía de Nueva York. El colectivo debutó oficialmente cuando Bill Olander, curador del New Museum of Contemporary Art, les ofreció la ventana del museo que daba para la Avenida Broadway. La primera exhibición se llevó a cabo en el 1987 bajo el título “Let the Record Show” para dejar constancia de que algunos artistas decidieron no quedarse callados frente a la epidemia del sida.
Acudí a “Gran Fury: Read My Lips”, sin saber qué encontraría. El año pasado se cumplieron 30 años de vivir con el sida. Para mí, recordar, en el contexto de lo que se llama “aniversario”, me inspira a reflexionar, pasar balance. Había olvidado toda aquella propaganda que reproducíamos constantemente, en pasquinadas, en camisetas, en carteles que colocábamos en nuestras casas, carros, bultos, maletas y maletines, botones de alfileres, camisetas y pantalones. Este reencuentro con este caudal/cuerpo de arte, diseñados para atraer la atención del mundo, educarle y generar cambio, de momento estaría confinado dentro de una galería. Los íconos del movimiento contra el sida, en contra de una burocracia gubernamental y científica que también era religiosa, puritana y sexista, ahora reconocidos como arte publicitario. Se puede argüir que siempre lo fue. Me encontré en esta situación frente a una propaganda que representaba lo que para muchos y muchas fue, en su momento, lucha por nuestra vida y la de nuestras amistades, nuestras vecinas y vecinos, familiares, nuestras comunidades y que ya hoy ha sido apropiada y ha adquirido un nuevo significado. La ironía era que de momento podía observarlos en el referente para el que fueron recreados, el de la epidemia del sida, y que para poder recrear ese sentimiento tuviera que verlos fuera del contexto recordado, y reencontrarlos en una galería.
Entré a la galería, llena de gente y la caminé silenciosamente. No sé cómo describir la experiencia de ver este arte tan singular, como “arte publicitario”. Pienso que en una galería las piezas pierden mucha de la fuerza política que en su tiempo tuvieron. Pero es tal vez ese “en su tiempo” el otro factor determinante. Muchos de los allí presentes eran muy jóvenes. Me pregunto si ahora pueden ellos entender, la “urgencia” de esos mensajes de 30 o 25 años atrás. La necesidad vital que llenaron estos mensajes, frente a las campañas de desinformación y demonización continuas. Los métodos utilizados para que algunos de nuestros mensajes llegaran a los noticieros y a la discusiones de política pública y a los vecindarios y hospitales y al Center for Disease Control o al National Institute of Health (NIH), incluyeron desde pasquinadas, hasta desobediencia civil, interrupciones de misas, irrupciones en convenciones científicas y dondequiera que alguien quisiera o pudiera escuchar si se intervenía para aclarar o denunciar aquello que generalmente quedaba fuera o silenciado.
- Cuánto tiempo, talento, esfuerzo y energía se gastó para convencer al gobierno que las mujeres también se contagiaban con sida. Cuánto tiempo, talento, esfuerzo y energía se gastó para exigir protocolos de estudio (clinical trials) para mujeres; pues no había estudios específicos de medicinas en mujeres. 2. No había programas de educación preventiva para mujeres. 3. Los profesionales de la salud para mujeres no tenían a su alcance ni protocolos de tratamiento, ni información sensible para mujeres, y los programas de sida no tenían servicios para mujeres. Se le iba la vida a las mujeres y al principio nadie escuchaba. Estos anuncios lograron que algunas cosas se hicieran de forma diferente.
- Cuánto tiempo, talento, esfuerzo y energía se gastó para que se dejara de enjuiciar públicamente a las personas portadoras del VIH [virus de inmunodeficiencia humana] o a los enfermos de sida, la campaña “todos las personas con sida son inocentes” era vital y urgente para poder humanizar a las personas con sida o a los portadores de VIH, a quienes al principio se echaron de sus casas, de sus apartamentos, de los hospitales, de salas de emergencia, de salones de belleza, de restaurantes, de sus empleos, sus oficinas y vecindarios. No sólo se nos iba la vida sino que terminábamos totalmente desahuciados porque éramos percibidos como culpables de tener el virus. Estos anuncios lograron que algunas cosas se hicieran de forma diferente.
- Cuánto tiempo, talento, esfuerzo y energía se gastó para poder denunciar la avaricia del sistema farmacéutico y el sistema científico que tienen secuestrado a su servicio. Esto era vital, pues aun cuando algunas medicinas existían, la gente pobre no tenía acceso a ellas. En Puerto Rico a alguna gente no se le informaba ni siquiera de la existencia de algunos tratamientos porque, para qué si de todas maneras no se los iban a poder administrar. Estos anuncios lograron que algunas cosas se hicieran de forma diferente.
- Cuánto tiempo, talento, esfuerzo y energía para combatir la institución de la iglesia católica y su mensaje de odio y juicio contra nosotros y su oposición constante e irracional a todo método de prevención científico que se propusiera porque era contrario a sus moralismos sexistas y arcaicos. El póster de Gran Fury denunciaba la desinformación masiva y letal que provenía de la institución católica y su más poderoso Cardenal en USA, el Cardenal O’Connor, quien declaró que: “The truth is not in condoms or clean needles. These are lies…good morality is good medicine”. Sin importarle quién muriera a causa de sus palabras. Estos anuncios lograron que algunas cosas se pensaran de forma diferente.
Ahora, tal vez, se puede admirar el genio creativo, se pueden discutir la multiplicidad de asuntos que se tocaban en un afiche, en un eslogan o frase. Se puede hablar del genio de la fotografía o de los colores. Podemos hablar del lenguaje de la publicidad. Tal vez podemos hablar de cual lenguaje Gran Fury se apropió y cual lenguaje la gente de publicidad luego se apropió de Gran Fury. Hay tela que cortar.
Lo que concluí que no podemos recrear, así observándolos en las grandes paredes blancas del museo, ni tampoco si los contemplamos en los múltiples medios en que este arte se expuso (postes de la luz, grafitis en muros abandonados, camisetas, marchas y demostraciones, pancartas y un largo etcétera) es comprender lo urgente de ese arte y sus mensajes y lo importante de que se entendiera y de que ganáramos la guerra de desinformación que provenía de la iglesia católica y sectores fundamentalistas protestantes, así como de las burocracias gubernamentales. Tomó una epidemia como el sida para que descubriéramos cuán dominado por las farmacéuticas estaba el programa científico de USA, cuán infiltrado por la iglesia estaba el poder decisional legislativo y la política pública de USA.
Y esa fue la parte que más me emocionó de esta valiosa exhibición. Los besos, la famosa campaña que nos recordaba campañas de la multinacional Benetton y que iba acompañada del texto: “Kissing doesn’t kill, greed and indifference do”. Y lloré. Lloré porque recordé la primeras veces que vi los carteles y que se copiaron y pasquinaron o se distribuyeron. Cuán importante era para mi en aquel momento que se supiera que podíamos besar. Ese gesto que significa amor, o cariño, empatía, solidaridad, hermandad, deseo, amor, y que muchas veces es muestra de aprecio o cariño o simple saludo cordial. Ese roce de labios y lenguas en otros labios y otras lenguas, o en la mejilla que se nos negó. Pero además de todo lo que con tanta urgencia se denunciaba/demandaba/exponía en nuestro arte, tuvimos que parar para también defender y rescatar el beso. Porque no se trataba sólo de que moríamos, sino de cómo moríamos, desterrados de algún hogar, rogando y traficando medicinas, rodeados de gente asustada de nosotros, y muchos de nosotros sin haber a sentido el calor de los labios que nos dan un beso.
- Cuánto tiempo, talento, esfuerzo y energía se gastó para defender los besos. Porque hasta eso quisieron prohibirnos. Porque hasta eso se ordenó que nos negaran. Los jóvenes estudiantes que visitan el museo, que han crecido, viendo besos estelares en pantallas de cine o en novelas de televisión, besos admirados o premiados en los Grammy y en los Oscar, tal vez no puedan comprender qué significaba para los activistas en contra del sida defender el beso a la persona con VIH. En un póster, un botón, en una camiseta, poder decirle al mundo que no íbamos a renunciar al beso. Cuánto necesitábamos combatir la campaña de miedo que nos presentaba al beso, nuestro beso, como una conducta de alto riesgo. Gran Fury entendió que ésta también tenía que ser una campaña pues no sólo se nos iba la vida, sino que también se nos iba lo humano. Estos anuncios lograron que algunas cosas se pensaran de forma diferente, y en mi opinión, esta campaña la ganamos.
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