Mirar hacia atrás es muchas veces necesario. A veces es necesario para poder seguir adelante; a veces es necesario para hacer paz con el pasado; a veces es necesario para no repetir errores y también a veces es necesario para sanar.
Acudí a la primera función de El Jardín temeroso a tener que enfrentar el cúmulo de emociones que siempre me representa el tema del SIDA en los 80, cuando murieron tantos amigos. Ese es el momento histórico en el cual luchamos tanto, luchamos por buscar información, por lograr atención a los enfermos, educación a los todavía no enfermos, luchamos por experimentaciones clínicas, por medicinas, por una cura, luchamos hasta por la compasión. Y se nos iba la vida luchando, porque el gobierno no escuchaba ni miraba, no le importábamos, porque la iglesia obstruía y obstruía, porque el miedo vencía la razón. Tiempos de lucha con prisa, nos moríamos tan rápido. Por fortuna esta excelente pieza de teatro fluye de forma armoniosa y balanceada, y muchas veces en medio de una lagrima viene la carcajada.
Lo primero que admiré al llegar fue la escenografía, encantadora, nunca había imaginado el Teatro Victoria Espinosa tan grande como hasta esa noche. Una escenografía familiar y acogedora, rica en atención a tantos detalles que la convirtieron en un hogar, el sitio donde nos sentimos seguros, protegidos. Sin descontar el conocimiento de que esa escenografía también representa el tiempo y geografía de una clase social en específico, aun así, recopila elementos hogareños comunes a muchas y muchos de nosotros.
El Jardín es más que nada una historia de amor. Amor fraterno, amor carnal, amor solidario, profundo, íntimo. Sharon, caracterizada con gran temple y convicción por Isel Rodríguez, carga en sus hombros la responsabilidad de mantener a su hermano vivo, a veces, a pesar de si mismo. Quiere mantenerlo vivo y querido. Esto significa no solo apoyar y querer a su hermano, sino apoyar, querer y dejarse querer por quienes quieren a su hermano. A lo largo de la pieza conoceremos a una Sharon fuerte, amorosa, solidaria, administrando una casa que a veces es toda jardín y a veces se convierte en hospital, y donde sabemos que ronda la muerte, y, aun así, es siempre, siempre un hogar. Un hogar donde las emociones se cargan a flor de piel, la rabia, el amor, la nostalgia y las complicidades no encuentran el tiempo para esconderse bajo la piel. Es que moríamos tan rápido. Aún así, la estructura es siempre un hogar que cobija, que protege, no sabemos dónde termina el hogar y dónde comienza Sharon, pero tampoco importa.
Isel Rodríguez logra, con esmero, encarnar todas las hermanas, hermanos, y familiares solidarios que ante la adversidad y la terrible desinformación, prejuicios y miedo que existía decidieron continuar amando a su familiar enfermo. Su voz profesional, entrenada, añade confort y levedad refrescantes y necesarias. Uno de los mayores aciertos de esta presentación en sala son las canciones, las escenas cantadas nos dan respiro, nos deleitan.
Liván Albelo, como Nestito, nos recuerda tal vez a nosotros mismos o aquellos que pudieron mantener todo el tiempo la inocencia y el optimismo. “Dicen que hay una medicina nueva”, “se ve mejor”, “está mejorando”, la esperanza y optimismo ante un desenlace ya escrito antes de que ambos, Willie y él, se conocieran. ¿No es la muerte siempre ese desenlace ya escrito para todxs? Nestito de apenas 19 años se enamora y rehúsa, para bien o para mal, separarse o alejarse de Willie. Es Nestito ese novio que tantas veces apostó y siguió apostando al final feliz, a la esperanza. Es Nestito quien me recordó ese proceso que inició una y otra vez que un amigo era diagnosticado: con la tristeza, la esperanza, el optimismo y la determinación de vencer. Y luego si no vencer, al menos determinación de quedarnos, y de acompañar, hasta lo último, acompañar, aunque nos gritaban, aunque nos botaran, aunque nos insultaran, siempre determinados y determinadas a que no murieran solos nuestros Willies. Nestito es otro personaje bien logrado, la actuación de Albelo nos permite verlo crecer, madurar, sin perder el optimismo y esperanza tan necesarios para vivir.
José Eugenio Hernández, en una caracterización magistral, nos recuerda tanto, tanto a esos queridos que se nos fueron, su pragmatismo, su rabia, su determinación a no perder para nada el control de sus circunstancias. Es Willie quien constantemente les recuerda a Sharon, a Nestito, cuál va a ser el desenlace. ¿No es esa una forma también de protegerles, de quererles? Willie se aferra a sus características distintivas, sus libros, sus películas, sus gustos, remachando en Nestito y Sharon sus, deseos y costumbres, como asegurándose de que no le olvidarán, asegurando que le recordarán de forma correcta, que cuando piensen en él después de muerto, recuerden también cuáles eran las cosas que le gustaban y daban placer; o cuáles le disgustaban o exasperaban.
La historia fluye sin muchos escollos. Sharon, Nestito y Willie emprenden un viaje que uno de los tres no sobrevivirá. Como muchos otros viajes, el destino no importa, lo importante es el camino. Durante este caminar los veremos divagando y discutiendo, gritando, riendo, insultando, cantando y a veces hasta mintiendo, viaje largo confinado a un hogar, que también es un jardín donde además de hermosas trinitarias se crecen y florecen ante nosotrxs los personajes, un Jardín donde también se siembran y crecen el amor y la solidaridad.
Y pude mirar atrás y entender que tal vez en nuestro desespero por denunciar las injusticias y discrimen, olvidamos resaltar también las muchas historias de amor y solidaridad. Olvidamos celebrar que si bien es cierto que la muerte siempre llegaba (¿No es ese su trabajo?), muchas veces se llevaba a nuestros Willies, sonreídos y en paz, rodeados de quienes les amaron. Salí del teatro convencido que El Jardín es un lugar para sanar.
“El jardín: pequeño musical” escrito por Luis Negrón y Norge Espinosa, basada en un cuento de Luis Negrón y dirigida de forma impecable por Gil René, se presenta este su último fin de semana en el teatro Victoria Espinosa del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
Este ensayo fue publicado originalmente en la Revista digital 80Grados el 7 de octubre de 2016
Sígueme en las redes sociales/Follow me!
Leave a Reply
Your email is safe with us.