Especial para CLARIDAD
Era un día rutinario. Me encontraba entrando a la estación de Subway en la esquina de la calle 149 y la Avenida Grand Concourse en el Bronx. La estación queda casi debajo del Hostos Community College, uno de los recintos de CUNY y el recinto protagonista de una revuelta de estudiantes que lo tomaron rehén hasta que lograron que se aceptaran algunas medidas antirracistas y antipobreza.
Justo al pasar el punto de pago, se me acercan dos señores, uno alto y negro, otro más bajo que pensé pudiera ser mexicano le acompañaba. “Do you speak Spanish? Sí, le contesté. “que bueno, yo sé inglés pero prefiero hablar en Español, confío más.” Yo también prefiero hablar en Español, le contesté. ¿Eres de Puerto Rico verdad? Sí le dije, y ustedes de donde son? Yo soy Cubano, ya sabes lo que dicen somos las dos alas del pájaro, me contestó mientras juntaba ambos brazos en un esfuerzo por hacerles parecer alas de pájaro. Así mimo dicen, le dije. “Y este es venezolano.” Les dije el consabido, mucho gusto y nos estrechamos las manos.
“Quería preguntarle que tren puedo coger para la 125 para cambiar al 6, es aquí.” Sí, en esta misma plataforma coges el 4 y en dos paradas estás en la 125. Al cruzar la misma plataforma está el 6, es mi ruta, nos podemos ir juntos, invité. “A que bueno, mira ahí llega el tren.” Abordamos el tren, que estaba lleno, así que íbamos los 3 de pie, agarrados del tubo que ponen para eso mismo. Miré a mi alrededor, 40% teníamos máscara, el 60% no, incluyendo mis dos interlocutores. Recuerdo que al principio asumí que iban hacia Manhattan y les pregunto, ¿Ustedes van a Manhattan o regresan para el Bronx? No, regresamos es que vamos para Westchester y es mejor ir a la 125 y ahí coger el 6. Ahh, pues no lo pueden coger en la misma plataforma tienen que subir las escaleras a la plataforma de arriba. En eso el tren se detiene en la 138 y Grand Concourse, y recobramos la señal de teléfonos por el tiempo que tome que pasajeros salgan y entren al tren. El teléfono del cubano (no voy a poner los nombres) suena y lo contesta, “dime rápido que cuando el tren arranque se pierde la señal de nuevo” le escucho decir. Mientras habla el cubano al teléfono, el venezolano lo señala y con voz y mirada burlona me dice para que el cubano escuche, “ese es el marido que lo está llamando.” Me quedé serio. El cubano engancha y el venezolano le dice, “le dije que ese era tu marido llamándote.” Sigo serio. El cubano le contesta “que carajos te pasa, de que hablas, yo no tengo nada de maricón” mientras se pasa la mano a lo largo del cuerpo, imagino que pensando que su ropa y cuerpo son incompatibles con la palabra maricón. El venezolano se ríe, yo me quedo serio, he hablado ya de esa búsqueda de ratificación masculina en el chiste homofóbico, que utilizan tan bien los Latinos y que no es inocente porque fuerza al interlocutor a reírse e identificarse con el chiste so pena de que le digan maricón a él también. Me dio tristeza. El cubano exclama, “viste, ahora asustaste al hombre y está callado, no habla.” Bueno, lo que pasa es que el marido lo puedo tener yo contesto. El venezolano se queda serio, el cubano abre la boca “¿en serio, nos estás jodiendo.? Lo miro a los ojos sin hablar. Entonces se disculpa y dice, “nosotros no somos así, no juzgamos a nadie” el venezolano dice “yo lo dije en broma.” Entonces el cubano dice, yo te respeto y te admiro por decirlo (si, un poco condescendiente.)
En ese justo momento el tren reduce la velocidad y el cubano me dice “en serio no quería decir nada malo.” Le digo, realmente no hay problema mano. Recuerda que tienen que subir a la plataforma de arriba. El cubano se sentía más mal que el venezolano, inexplicablemente eso me hacía sentir mal a mi. Al comenzar a entrar al tren local, siento una mano en mi hombro, miro atrás, y es el cubano, diciéndome “dedicate a ser feliz, tú te lo mereces, y no dejes que nadie te diga lo contrario.” Me pareció tan paternalista como genuino. La lectora a lo mejor no entiende lo que digo, pero no sé como mejor describirlo. Le sonreí y le dije, gracias.
Entro al 6 y me siento, está casi vacío, al menos hay más gente con máscara que sin máscara. No sé si chequeo el uso de máscaras en el tren por curiosidad, costumbre, o preocupación real. Me siento en una fila que está toda vacía. Entonces comienzo a procesar el encuentro con dos Latinos, iguales que yo, que comenzó con un acto de encuentro y solidaridad, pudimos hablarnos y conversar en nuestro propio idioma. Decir de donde somos, hablar del frío, de direcciones, nada trascendental, y despedirnos todos con una sonrisa amplia, a continuar el día un poco recargados de energía, en una ciudad, muy fría, a veces inhóspita, siempre racista. En vez de eso, las sonrisas de despedida no fueron plenas. No hablo solo de mí, no quiero ser injusto, ellos dos, sobre todo el cubano, se sintieron mal también. Las palabras del cubano, aunque sumamente paternalistas y condescendientes, fueron genuinas, él quería hacerme sentir mejor, y claro sentirse mejor el también. Me hubiera gustado que el viaje hubiera sido más largo, que hubiéramos conversado más lo que pasó. A lo mejor le hubiera podido decir que vivo orgulloso y nadie me dice como vivir, que la homofobia como el patriarcado son terribles, pero que debemos apreciar los puntos de encuentro, y que aun cuando fueran homofóbicos podíamos conversar y extrañar nuestros países, y darnos la mano y hablar en Español. Pero que no toleraría ser chiste o burla de ellos y que deben reconocer que existimos muchísimas hermanas y hermanos Latinos de todas las orientaciones sexuales e identidades de géneros, y que no somos el enemigo, que es mucho más lo que nos une que nos separa. Y posiblemente ellos también hubieran compartido su parecer y explicado mejor cuan buen intencionado era el “chiste,” o que se yo, pero los trenes, el trabajo, en direcciones opuestas nos separaron.
Pienso también que en otro tiempo yo hubiera insultado al contestar y les hubiera retado. Trato de entender por qué no lo hice esta vez. Pienso que estoy viejo, cansado, y hay que escoger las peleas y que todas estas diferencias no deben ser excusa para que no haya solidaridad, que nosotres no somos el enemigo, pero que tampoco tienen que ser ellos, que los enemigos son la homofobia y el patriarcado, no necesariamente Juana y Juan del pueblo. Es mucho más fácil escribirlo que practicarlo, y posiblemente no sea una receta para toda la munda. Pero ahí estoy yo, sorpresivamente, esta no fue una respuesta habitual mía. Les dejé saber que su chiste no me daba gracia, pero no quise cerrar la puerta. Ya veremos cómo me va.
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