Mucho se ha discutido sobre la controversia de las alegadas querellas que el activista Pedro Julio Serrano presentó contra Kobbo Santarrosa ante la FCC (por sus siglas en inglés.) Ambos ahora se han enfrascado en discutir si la palabra “pato” es obscena o no. Si es una palabra de odio o no. Infortunadamente, con ayuda de algunos medios, esta disputa se ha presentado como una personal.
Una mirada más acertada sería: Cuál es el efecto de utilizar una palabra despectiva a diario contra un sector puertorriqueño con el aval de los ejecutivos de la televisora. Personalmente, no creo que la palabra “pato” sea obscena. Sin embargo, sería acertado, tener una discusión pública y honesta sobre el daño que esta palabra hace, día a día contra la comunidad gay en general y contra todos y cada una de las personas que somos gay, lesbianas, bisexuales o transgénero. Es el uso y contexto de la palabra pato, lo que la hace despectiva, desdeñosa e hiriente. Que día a día desde los televisores que entran a nuestros hogares, nos deshumaniza y evita que nos veamos como lo que somos, hijos, hermanas, vecinas, amigos, ciudadanos que participamos y contribuimos, y compartimos el bienestar o malestar de Puerto Rico.
Santarrosa y Travieso argumentaron (con razón) que el uso de la palabra pato es antiguo, y es cultural. No todo lo que es cultural es bueno. Yo aún recuerdo cuando era aceptable que un hombre le pegara a “su mujer”. Y recuerdo cuando los canales de televisión permitían chistes despectivos y
estereotipadores contra inmigrantes que venían de Cuba a buscar trabajo
a Puerto Rico. También recuerdo cuando era aceptado en general, que las personas de piel oscura, o negra, sólo participaran en novelas como sirvientes o caracteres ridículos. Todo esto era aceptado generalmente, sin embargo, eso no lo hacía menos doloroso, humillante e insultante contra las comunidades entonces afectadas.
No me sorprendieron las declaraciones de mi amigo Alex Soto, primero, las televisoras son una de sus fuentes de ingreso, segundo es difícil que un artista al que han tratado de censurar, apruebe la censura. Pero tercero y más importante, estoy seguro que él (al igual que yo) en algún momento nos
hemos intentado de re-apropiar de la palabra pato y re-significarla como acto de sobre-vivencia. Sería importante, sin embargo, explorar que sintió Alex la primera vez que la oyó en contra suya, a los 10, 11 o 12 años. Para mí fue devastante, desmoralizante y humillante, sobre todo cuando en aquel entonces no era consciente de tener ninguna orientación sexual. Ahora, después de una larga vida y madurez, yo puedo enfrentar personas que me digan pato, y aún sostener una conversación con esas personas. Pero a los 11 a los 12, a los 13 recuerdo desear la muerte, recuerdo el dolor y miedo de ir a la escuela, todos los días, cuando entraba, cuando salía, cuando cambiaba de un salón de clases a otro. Recuerdo el desespero por que me aceptaran amistades y la lucha contra ese sentimiento de desesperanza y de inferioridad que se me recordaba cada día, cada momento que yo escuchaba la palabra pato.
Es este uso constante que hace a maestros y maestras sentirse impotentes observando cómo un buen estudiante baja las notas día a día o deja de asistir a la escuela, es la preocupación de una madre que ve a su hijo llegar con un ojo hinchado y no puede obtener explicación de porqué. La angustia de padres que ven a su hija cambiar de una niña sociable a una introvertida que llega a la casa y se encierra en su habitación, sin amistades. Es el hermano que se hace el sordo cuando a su hermana le gritan pata en la escuela, para que ella no se sienta mal, mientras ella finje lo mismo para que él no se sienta mal, pero ambos saben. ¿Cómo continuar divirtiéndote en el parque con tus amigos si alguien pasó y te gritó pato frente a todos?
Es esta historia de la palabra pato la que tenían los ejecutivos de la televisora y Santarrosa frente a ellos y es precisamente esta historia
la que los medios, y el mismo Kobbo invisibilizaron al convertir el issue en una riña personal entre Pedro Julio y Kobbo. La única opción ética para la televisora era comenzar a contribuir a crear un ambiente edificante y erradicar de su vocabulario una palabra que ellos saben que ofende, hiere y humilla a un gran sector de la población. A mí me alegra que Joe Ramos haya tomado esa decisión antes de que interveniera la agencia
Federal FCC. Creo que el proceso de educación es mejor cuando las decisiones se toman en ausencia de censura del estado.

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