Me despierto hoy y en el muro de Facebook de Eduardo Alegría, él nos da la noticia de la muerte de Irene Cara, y nos habla de su tristeza. De momento no me identifiqué con el post – raro porque yo soy la más identificada con Edu – pero me fui para Spotify. Spotify me ha tirado en la cara todos los recuerdos de una época que había olvidado, tal vez, hasta suprimido. El primer recuerdo que viene es mío, cantando a gritos en el carro sin capota de Feliciano, un Nissan Datsun 280 z que la loquita se había comprado con su sueldo de assistant manager de una tienda Thom McAn en Massachussetts. En el carro de seguro íbamos Feliciano y Jesús, posiblemente Tommy, y tal vez Sammy o Stanley. Me recuerdo en los mahones más cortos y apretados que se puedan imaginar y una tank top recortada de formas promiscuas para destacar mis pechos, bien disponibles, de push-up y gimnasio. Ibamos por el west Side Highway, escuchando WBLS, yo parado o sentado en la parte de atrás del asiento, o donde comenzaba el baúl, cantando/gritando “I want to live forever”, exclamando “What a Feeling” pensando que ambas eran ciertas, quería vivir para siempre, pensaba que “What a feeling” era exactamente el mismo “feeling” para todes. Salí brevemente con uno de los bailarines de Fame, la película, no la serie. Se identificaba como heterosexual pero me exigió la fidelidad que no podía o quería darle, duramos poco, era el tiempo de “so many men, so little time.”
Eran los tiempos del Hustle, y también del hustle, bailaba y josiaba como tantos otres en esos niuyores, todavía no había comenzado la guerra contra nosotres, identificada con el eufemismo de “guerra contra las drogas.” Evidencia de que la verdadera guerra, la lucha contra la pobreza, nunca se daría, era más fácil la guerra contra les pobres. Bailé incontables veces al son de Irene Cara, de padre Puertorriqueño y madre Cubano-Americana, las diásporas, sedientas de representación en un país que nos niega, la acogimos y la quisimos de inmediato, “remember my name!” Tuvo que ganar algún premio para que en PR también la quisieran. Me parecía gracioso que, aún bailándola, no podíamos dejar de cantarla, era surreal el efecto de Irene en nosotres. La escuché en el Buttermilk Buttons, en el Paradise Garage, en Peter Rabbit, en Better Days, pero más que nada en espacios libres como las noches de fin de semana en el Washington Square Park, Los Piers cerca de Christopher Street y los Sábados en la tarde frente a la Fuente de Central Park – porque alguna vez les jóvenes sin hogar o fugados de sus casas, pudimos disfrutar algunas calles en NYC sin que a nadie le molestara o nos atacaran- Remember my name! Todo esto antes que el desgraciado de Giuliani prohibiera el baile en público y en muchos otros establecimientos. La mal llamada guerra de calidad de vida realmente era una guerra contra nuestra felicidad. Maldito Giuliani sea siempre.
Me dio alegría recordar que alguna vez quise vivir para siempre, quería que recordaran mi nombre, y lo cantaba a toda voz. Poco tiempo después, el SIDA se llevó, a Feliciano primero, a Tommy después y tantos, tantos otres, I still try to remember their names. Tal vez fue la primera vez que entendí que no se podía vivir para siempre, y que no debíamos a aspirar a eso, evitar a toda costa la decepción y el dolor. Era muy temprano para entender esa lección, pero…whatever. También descubrí que el “feeling” tampoco duraba para siempre y que no era tan igual para todes en nuestras comunidades.
Pero no voy a terminar este cuento de forma triste. Por el contrario, recordar esa época, tal vez de formas muy nostálgicas, me recuerda ese fervor y amor por la música, fervor y amor por el baile, por el amor libre y me puso en contacto con quien fui, con un tiempo donde la esperanza era fácil de verse y sentir, y recuerdo como Irene Cara, afro-caribeña del Bronx, fue parte contribuyente a una época mágica, especial, de esperanza y optimismo tal vez irreales, pero que se sentían muy ciertos en ese entonces. Entonces, un poco pienso que entiendo la tristeza de Eduardo Alegría, con Irene Cara se va un pedazo de nosotros, un pedazo que había escondido, porque recordar puede ser tan doloroso como liberador. Gracias Irene Cara, muchas gracias, mi vida fue mejor gracias a ti, descansa en poder.
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