“In the End, we will remember
not the words of our enemies,
but the silence of our friends.”
– Martin Luther King, Jr.
#LaComplicidadEsTanta
Esta columna trata sobre todas y todos nosotros. El problema de la violencia doméstica/machista en Puerto Rico es serio y está presente en muchísimas, sino todas, nuestras comunidades, tanto las geográficas como las sanguíneas, las afectivas, las de clase y las políticas. Cómo respondemos a ese problema es algo que ha ido cambiando poco a poco, demasiado lentamente. Todavía lo vemos como un problema de otros, o un problema de las mujeres o de unas bestias que abusan de las mujeres. A veces nos da vergüenza qué hacer o decir, a veces también viramos la cara, o nos mantenemos en silencio.
Esta columna NO TRATA específicamente sobre el grupo Cultura Profética, pero claro, utiliza de pie forzado la denuncia de violencia doméstica contra uno de sus integrantes y la pobre respuesta por parte del grupo. Comenté pública y privadamente que ambos comunicados que emitieron eran decepcionantes. No hubo una clara condena a la violencia (faltó lo más importante, el apellido violencia machista). Y segundo, no hubo una palabra de apoyo, si no para la víctima en específico, al menos para las víctimas de violencia doméstica en general. Creo que la denuncia pública que se hizo sentir contra el grupo fue importante, necesaria.
Luego de juntas y juntos reclamar contundentemente que se denunciara enérgicamente la violencia doméstica y que se expresara solidaridad con la víctima, debemos reflexionar sobre la pobre respuesta de la banda, no en referencia a ellos, sino en referencia a nosotrxs y a nuestros propios silencios cómplices. ¿Qué hacemos cuando el maltratante es un bro, un pana, un amigo del alma o familiar?
El problema, para mí, tiene dos asuntos que requieren seguir mejorando, desaprendiendo lo malo aprendido y construyendo respuestas mejores.
El primer asunto es la falla del gobierno, y oficinas concernidas en visibilizar el problema de otra manera que no sea exclusivamente a través de los ojos de “la mano dura”. No hablo de excusar de delitos criminales (amenazar, hostigar, acosar, intimidar, golpear, matar) al maltratante, el código penal ya provee para eso, aunque todavía hace falta mucho trabajo para lograr mejor implementación de protocolos. Se debe responder a estos delitos con todo el peso de la ley y proteger a las víctimas o sobrevivientes. Lo que argumento es que un problema de salud general, social, cultural, no se arregla con “la mano dura”. El proceso criminal siempre comienza muy tarde, a veces nunca comienza, a veces la muerte lo precede. La sociedad machista tampoco se arregla con “mano dura”. Los recursos para maltratantes son escasos. Reuniones para maltratantes, talleres y cursos sobre manejo del coraje, clases para comunicación entre padres y madres que tienen hijos, problemas de custodia (estas clases no se dan juntxs, sino separadas), recursos de consejería. Algunas personas pudieran ver esto como “pasarles la mano” pero yo pienso que, por el contrario, estas medidas pueden salvar vidas. Hace falta también un compromiso cívico y gubernamental épico que jamaquee y derribe todas las instituciones que reproducen el machismo, una serie de políticas públicas dirigidas a equilibrar la balanza y que reconozcan a la mujer como una igual en todas las áreas de la vida pública y doméstica/privada. El problema se arregla re/conociéndolo, enfrentándolo, definiéndolo, educando. La visión de la mano dura no permite ninguna de las anteriores pues instantáneamente deshumaniza al o los perpetrador/es como animales, bestias, demonios. La verdad es que ninguno lo es, son humanos. La narrativa del hombre maltratante como la de un terrible demonio, hace difícil que podamos reconocer a ese hombre maltratante entre nuestros panas, tíos, sobrinos, vecinos, compañeros de trabajo, compañeros de clase, aun en nosotros mismos. En conversación con Mari Mari Narváez a través de los años, hemos discutido sobre cómo escribir sobre este hecho. Los hombres maltratantes no son 100% malos, no son inhumanos; por el contrario, son muy humanos. Solo aceptando esa humanidad en ellos podemos reconocer la capacidad para maltratar y abusar, en nuestros diferentes círculos o burbujas, o como dije, hasta en nosotrxs mismxs.
El segundo asunto, exige que redefinamos qué es solidaridad con nuestro bro, nuestro amigo o familiar. Solidaridad muchas veces está definida como el mantener silencio, hacernos de la vista larga, cuestionar a la víctima que acusa nuestro querido amigo. Esto, como mucha gente ya ha denunciado, es complicidad. No porque nos guste o estemos de acuerdo con la violencia machista. Es complicidad porque ese silencio permite que avance la violencia machista, esa complicidad reasegura al maltratante de que su abuso no tiene consecuencias sociales. Es bueno que el maltratante entienda que una querella criminal (cuando la hay) no es la única consecuencia. Que sepa que socialmente también le cuesta. Por ejemplo, me gustaría ver en casos en que las víctimas viven en casa de los suegros, que sea el maltratante quien se tenga que ir de la casa. Sé que ha sucedido.
Nuestra definición de solidaridad tiene que enfocarse primero que nada en la víctima y hacer lo posible para que esté segura, apoyada. Eso puede ser desde hablar con el maltratante, llamar a la policía, hasta demandar fondos para programas de prevención y fondos para que se implementen los debidos protocolos. Si queremos expresar solidaridad con el maltratante, porque es nuestro bro, nuestro primo, se debe tener claro que nuestra solidaridad no debe facilitar que el abuso continúe. Sugiero otras formas de solidaridad.
Se es solidario, siendo honesto: “Tipo, eso es abuso y maltrato, tiene que parar. Mi apoyo es a tu compañera, y le creo, pero puedo ayudarte a identificar recursos, consejería y sigo siendo tu amigo siempre y cuando busques y utilices recursos para dejar este tipo de conducta. Tú, si te empeñas, puedes cambiar”.
Se es solidario siendo proactivo: “Broder, ya ella te botó de la casa, apoyo su decisión y le creo, no trates de entrar, puedo ayudarte a buscar donde quedarte hasta que encuentres algo permanente. Mientras tanto, no vuelvas a la casa, ya no es tuya.
Se es solidario atendiendo asuntos necesarios: “Mira mano, sé que estás mal económicamente, tu violencia causó que perdieras tu familia. Entiende que el dinero de ella es de ella, no es para mantenerte. Yo la apoyo a ella y su decisión de llamarte la policía, pero te puedo ayudar a conseguir empleo y consejería”.
Se puede ser solidario brindando esperanza: “Mira mano, ahora mismo sé que te sientes destrozado, tú abusabas de ella y ya no la tienes ahí para aguantar tu violencia. Yo me alegro de que ahora ella esté bien y libre de tu maltrato. Pero este no es el final de tu vida; tienes que aprender a saber por qué eres tan violento con las mujeres y no entrar en una nueva relación hasta que busques esa ayuda. Si lo haces no me pierdes de amigo, pero empieza a buscar ayuda ya”.
Se puede ser solidario escuchando y reaccionando: “Tío, siento mucho esta situación, pero no sigas justificándote o culpándola a ella. Yo le creo a ella y lo mejor que hizo fue irse. Ahora, si tú quieres hablar y explorar por qué eres violento, te escucho y lo discutimos. Todos nos criamos en una sociedad violenta, machista, pero podemos cambiar esa violencia tóxica, para eso yo sí estoy”.
Por último, invito a todxs a que, además de denunciar el silencio y/o complicidad de Cultura Profética, para mí es más importante que reflexionemos sobre nuestro propio silencio. A veces parece que solo hablamos cuando de nuevo matan a otra mujer. Entonces exigimos que se busque al culpable (¡muy bien!), y cuando le arrestan le gritamos lo peor desde nuestros respectivos teclados y hasta nos unimos al linchamiento digital. Y eso nos satisface. Sugiero que en ese momento de dolor y de rabia también es importante que reflexionemos sobre que, también, como sociedad todos tenemos una responsabilidad y muchos hemos tenido nuestros propios silencios. ¿Cuántos escuchamos ese programa mañanero donde se burlan de las mujeres maltratadas y las degradan y humillan? ¿Cuántos estamos en algún espacio público, barbería, gimnasio, restaurante, barra y nos tragamos un programa de esos porque nos quedamos callados y no pedimos que cambien el canal? ¿Cuántxs nos reímos o guardamos silencio para sentirnos parte del grupo? ¿Cuántas veces apoyamos chistes, acoso, burlas, maltrato verbal, físico, con nuestro silencio e inacción? Preguntémonos honestamente por qué lo hacemos. ¿Temor a perder la amistad, deseo de aceptación, esa es la única forma de bonding que conocemos en nuestra comunidad? ¿Solidaridad? Solo el temor por su propia vida es una razón de peso, las anteriores no lo son. Uno puede ser solidario, siendo honesto: “No, mano, no hagas chistes de violencia doméstica, es un problema serio de verdad, nos toca a todxs; no brother tu esposa no es tu propiedad, trátala con respeto. No chico, ser hombre no es controlar a tu pareja, ni seguirla, ni celarla, ni prohibirle amistades, ni prohibirle salir, eso no es amor”. La violencia doméstica es un problema de todas y todos; juntos tenemos que construir para erradicarla. El silencio, el de ellxs y el nuestro, es nuestro peor enemigo.
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