Sonrío siempre que escucho la pregunta, formulada de esta forma. Quien me pregunta, sin darse cuenta, me da la respuesta que desea o necesita escuchar. Tal vez es la única respuesta que puede tolerar. Para mí es un signo de los tiempos. Nadie quiere saber que estás mal. O al menos, que no estás bien.
No soy rico, nunca lo fui. Mi padre y mi madre no fueron a la Universidad, pero sus tres hijxs fuimos. Pertenezco a esa clase trabajadora que en esta última década está asediada económicamente por todos lados. Clase trabajadora que poco a poco ha perdido los beneficios conquistados en décadas anteriores. Clase trabajadora que a ritmo avanzado ha perdido el acceso a los procesos políticos, relegada a una patética “participación” política: un voto cada 4 años para escoger entre las plastas que los partidos principales eligen para sus papeletas y si tienes suerte, una extracción monetaria mensual a una unión de trabajadores que a veces resientes pagar porque a menudo están los líderes obreros y los patronos demasiado cómodos el uno con el otro.
Soy también parte de un sector en crecimiento dentro de la clase trabajadora, el sector desempleado. Pero mi trabajo desapareció y no por obsolescencia. Desapareció porque el gobernador de NY decidió no cobrar taxes a corporaciones millonarias. Corporaciones que apenas han pagado taxes mientras a nosotros y nosotras se nos saca más de una tercera parte del salario en contribuciones mensualmente. Prefirió el gobernador eliminar sobre 125 millones de presupuesto a las cortes. Al carajo se fueron los servicios prestados a mucha gente que acude a la corte sólo porque son pobres. Pero me desvío. Quiero hablar de esas cortas conversaciones cotidianas. O mejor dicho, quiero hablar de esas conversaciones cotidianas que no se dan. Aquellas que tal vez con su ausencia evitan la posibilidad de la solidaridad, el compañerismo, la fraternidad entre unas y otros.
Cada vez que viajo a Puerto Rico, enfrento a menudo la pregunta que incluye la respuesta, ¿Cómo estás…bien? No, no estoy bien. He tenido que hacer miles de ajustes y continúo ajustando más y no llego a sentirme estable. A veces no duermo o me levanto preguntándome qué pasará con los prestamos estudiantiles que dejé de pagar. O me pregunto cómo sobreviviré cuando me retire, si me retiro, con mi Seguro Social. ¿Podré seguir juntando la renta chiveando como he hecho ya por los últimos 17 meses? ¿A dónde voy si me enfermo? Esperar a ponerme peor para entonces ir a emergencia, me parece macabro. ¿Y cómo brego con la rabia y el coraje? Mi trabajo está en demanda, no tenía que desaparecer. Aún me llaman pidiéndome los servicios, sólo que ahora me los piden de gratis (pro-bono).
Pero complazco a la mayoría que me pregunta y contesto: “sí, bien” ¿No es eso lo que quieren/pueden escuchar? ¿Cómo estás tú? Bien, bregando. Y así seguimos, mintiéndonos, la una al otro. Diciéndonos que estamos bien. Sin darnos la oportunidad de tal vez descubrir que estamos todos y todas bien jodidos. Abrumados y asediadas por la deuda y la precariedad de nuestras vidas. ¿Cuántas de nuestras amistades/vecinxs/compañerxs no pueden pagar la casa el mes próximo si pierden el trabajo? ¿Cuántas de nuestras amistades/vecinxs/compañerxs tienen un trabajo y medio, dos trabajos y casi no les da? ¿Cuántos tienen un trabajo para pagar la casa y la comida y otro part-time para pagar el carro? Carro casi obligatorio porque en una isla tan chiquita ningún gobierno pudo/quiso implementar un plan digno y eficiente de transportación pública. Pero decimos que estamos bien y sonreímos mientras pensamos que no, que no lo estamos.
“Bien”, me dice mi amigo a quien visito en el apartamento que acaba de alquilar. Su salario, a pesar de tener dos años de escuela graduada, le da para ese alquiler y la manutención de su hijo. Duerme en un mattress en el piso. Y hay una silla. La silla a veces está en una mesa en el comedor, o en la sala al lado del toca-ipod con dos bocinas que tiene. Ni idea cuánto tiempo pasará antes de que pueda comprar algunos otros muebles. Al menos tiene unos trastes, usados, que le regaló la mamá y una vajilla barata que le regaló la cuñada. Él sigue buscando más trabajo o un trabajo que pague más. Pero“estoy bien”, me dice y me habla de su nene y lo inteligente que es y rememora momentos de la universidad cuando estudiamos juntos. Me cambia el tema si le digo que mis cosas no están tan buenas. “No te apures, vas a estar bien” y yo asiento, pero la verdad, ninguno de los dos sabemos.
Pienso también en mi amiga, divorciada. Desde que recuerdo está pagando una deuda de las tarjetas de crédito adquiridas antes de su divorcio. Deuda que por mucho tiempo estuvo pagando al 29% porque se atrasó y de nada valió que todos los meses anteriores había pagado mucho más del mínimo. Desesperada por el tiempo extra, trabajando 48 y 54 horas en la semana cuando es posible y haciendo pasteles y limpiando casas. Ella no pensó que esa sería su vida a los 45 años. Pero lo es. No sale a espacios sociales pues no le sobra dinero. Entre alquiler, gasolina y tarjetas de crédito (con las que hace años no puede comprar nada) se le va todo. Pero no se queja, no dice nada, estoy bien, aquí bregando con mi música en la computadora, que tú sabes es lo que me gusta a mí. Y tú, ¿estás bien? No tengo el corazón de decirle que no, que estoy mal. Una vez la confronté y le pregunté por qué pensaba que estaba bien y me contestó que hay otros peores.
Mientras, en las noticias, reporteros que son realmente grabadoras repiten y repiten anuncios disfrazados de noticias, “aconsejan” cómo mejorar su portafolio, mientras omiten la noticia que revela que no hay tal azar en la bolsa, que es todo un gran juego de pirámide diseñado para seguir haciendo ricos a los más ricos, sin decirnos que los legisladores tienen derecho a “insider trading”; que la bolsa ha arruinado a Estados Unidos y la Unión Europea. Que los malos tiempos que vivimos no se arreglan entregándole a la bolsa nuestros míseros salarios para que sigan ellos enriqueciéndose a cambio de un trapo de 1.5% que ni siquiera es garantizado. Que los economistas más prestigiosos todos han opinado en contra de la “austeridad” que se nos exige (a nosotros, no a los bancos). El mensaje es claro, “si estás jodidx es porque no tienes portafolio, es tu culpa.”
Los periódicos y magazines, para no quedarse atrás, nos presentan serios artículos que nos “aconsejan” cómo usar las tarjetas de crédito. Sin imprimirse queda la verdadera noticia, la industria del crédito es depredadora y sin ningún tipo de regulaciones, haciendo con los consumidores lo que le da la gana. Estamos sujetos y sujetas a contratos que cambian cuando les da la gana y venden nuestra información privada como les da la gana. Aún así, los periódicos nos dan la idea de que si estamos embrolladas con tarjetas es porque somos irresponsables, no sabemos usarlas. No tiene nada que ver con sueldos de miseria, condiciones de trabajo miserables, servicios de salud onerosos y que cada vez vivimos más asfixiadas y asfixiados porque cada día devalúan más nuestro trabajo, cada día nuestros salarios rinden menos, nuestra vida es más precaria.
Pero de nada de eso hablamos, porque a todas y todos nos han enseñado que el problema somos nosotros. Las irresponsables somos nosotras, las que tenemos que avergonzarnos somos nosotras. Mientras siguen subiendo los intereses del crédito, mientras siguen subiendo a ritmo asesino el costo de la salud, de la comida, de la educación, desaparecen el over-time, el empleo con beneficios, el empleo a tiempo completo.
Y me visita mi amiga y la recibo. No la esperaba. ¿Cómo estás? Pregunto. Bien, y tú, ¿estás bien? Contesta. Escucho y asiento con la cara. Hago el gesto porque la palabra se me atora. Le ofrezco jugo de china, pensando que queda un poco. Apenas un vaso. Le echo un poco de hielo para que llegue hasta arriba y me sirvo agua. Y me habla de su trabajo nuevo. 6 meses de probatoria (pienso que es abusivo pero no comento, se supone que estemos agradecidos de tener trabajo). Y comenta que el nuevo seguro médico es más malo que el que tenía y tendrá que cambiar de doctor pero “lo bueno es que tengo seguro” y hablamos de películas y recordamos las instancias pasadas en que fuimos al cine y vimos películas juntas. No comparto que hace seis meses el cine cayó entre las actividades que ya no hago. Cuesta entre 12 a 17 dólares ir al cine. Con esa cantidad puedo comprar arroz, papas, pimientos y tuna y comer una semana o al menos 5 días.
Observo familias en mi viejo vecindario en Puerto Rico. Familias donde el hermano lleva a todos los nenes a las diferentes escuelas y la hermana los recoge por la noche, mientras la abuela sigue comprando la comida de los tres hogares y el abuelo paga el carro del nieto pa que pueda estudiar y trabajar y llevarlo al médico. Todos trabajando y ayudando al que no puede trabajar, dividiéndose las tareas. Solx ningunx sobrevive. Todxs asediadxs, viviendo precariamente, si uno solo se enferma o un carro se daña la organización precaria se va al piso, todas y todos colapsan. Una tiene que faltar y no cobra o la otra tiene que cocinar para todos pero para eso tiene que ir a la alacena de la otra. Y me preguntará el lector qué hay de malo en una familia tan organizada, tan eficiente y yo contesto: la precariedad no tiene que ser. Se necesita mucha energía y enfoque para mantener una organización que no hace nada más que permitir que la familia pague sus cuentas. Renta, comida, electricidad, carro. Nadie vive, todas apenas sobreviven. Pero de eso no hablamos con nuestras vecinas, nuestros compañeros o colegas. Qué bueno que están bregando, están bien, se comenta.
¿Qué pasaría si un día todxs dijéramos que estamos mal? En voz alta, que muchas familias al unísono, reconozcan que estamos mal, oyéndonos los unos a las otras decirlo y entenderlo y aceptarlo, que no estamos bien.
A veces llamo a dos amigos, una pareja joven, ambos con sus doctorados, entre ambos tienen 5, 6 trabajos (cero beneficios). Cada vez que viajo y les veo viven en un apartamento más pequeño, cada día planeando qué cosa nueva van a cortar; ya se fue el internet, usan el wifi cuando se pueden robar la señal, ya no salen al cine, pues son 4 (dos hijas). Hacen una noche de cine en la casa. Sólo para ellos, no pueden recibir visita, no hay qué ofrecerles. Las dos niñas pequeñas duermen en un cuarto y ellos en el otro. Todos compartiendo un carro. Coordinando, coordinando todo el tiempo. Sintiéndose mal si van a un restaurante o si paran una noche a tomarse unas cervezas con amistades. Esto me lo “confiesan” porque les pregunto directo por esos asuntos. “No te apures, esto es temporero, por eso no hemos dicho nada”…
La precariedad no es temporera, ha descendido sobre nosotrxs y se ha convertido en nuestra vida.
Nadie dice nada, todos estamos jodidos. Y no queremos/podemos oír de nuestras condiciones materiales. Hablar de cómo nos sentimos cuando vemos que la bolsa grande de arroz que compramos se está acabando. O el aceite de oliva, o aquella bolsa grande de papel de inodoro que compramos para ahorrarnos 70 centavos por millar de hojas. ¿Podré remplazarlos cuando se acaben? Esa marca de queso es la más mala, pero es también la más barata; recuerdas cuando comprabas aquella que te gustaba más y era más saludable porque tenía menos sodio?
¿Dónde encontrarnos a hablar en un país donde cada vez son más escasos los espacios públicos? Aún los espacios públicos se diseñan y se permiten para obligarte a consumir. Entonces para compartir hay que consumir. Nos encontramos y compramos una cerveza, sonriendo, diciéndonos una a la otra que estamos bien mientras pensamos que si tomamos la tercera cerveza nos salimos del presupuesto. Que sólo podremos ver una de las películas de tal o cual festival de cine. Nos inventamos que no volvimos porque el carro se dañó o nos llegó visita o nos dio dolor de cabeza. ¿Cómo estás…bien? Sí, me encantó la película y tú, bien? Sí chica estoy bien. Yo ya he visto 4 películas cuántas tú vas a ver? Solo esta, es la única que me atrajo, pero esa no es la razón, sólo puedes pagar una, pero no lo dices porque es tu culpa, no poder pagar más de una. Después no te invitan más a salir.
Y asistimos a la reunión de la clase. Y nos mentimos unas a los otros. Todos y todas agarrándonos de la ficción que nos garantiza permanencia en esa “clase media” a la cual tal vez nunca pertenecimos. Todas y todos agarrados a la idea de que el que quiere y trabaja duro triunfa. Y murmuran y bajan la voz para comentar que tal o cual no está trabajando. O que se divorció y de nuevo vive con los padres. Fijate fulana está jodida, nosotros no, nosotros estamos bien. Y salimos a comer y mentimos diciendo que no queremos aperitivo o que nos hace daño el postre. Escogiendo del menú estrictamente por lo que dice la columna de los precios descartando el paladar.
Una amiga siempre me comenta “me encanta tu ropa, eso es bien 80s o 90s” y yo sonrío, nunca digo que compro en tiendas de ropa usada. Ella siempre se fija en la ropa y se la compra nueva. Pero se mudó debiéndole dinero a su casera. Fue mejor arriesgarse a perder esa relación que poder decirle que no podía pagar, la dejó pillá con la renta y la luz.
A veces me siento culpable cuando hablo de esto. No quiero que la gente piense que no sé que hay otra mucha gente en peores situaciones. Que hay mucha gente más pobre, más relegada que yo. Que lo que he perdido, otros y otras nunca lo tuvieron. Pero tenemos que encontrar formas de compartir esta situación y responder a ella de formas constructivas. Formas de hablar que abran las puertas de la solidaridad y la empatía, no que las cierren. Si te comparto que estoy mal es porque quiero que me oigas y quiero escucharte sobre el tema. No quiero que me mires en silencio y ofrezcas pagarme la cerveza, o el plato que estoy comiendo. No se trata de eso, amigo. Si no la pudiera pagar no hubiera salido contigo. Se trata de que hablemos, que yo te diga cómo estoy y tú me digas cómo estás tú. Y que compartamos y conectemos a un nivel más profundo que el de nuestra piel. Que reconozcamos que no estamos bien. Que estamos asediados o asediadas. Y que está ok hablar del tema, que no hemos hecho nada malo.
Se trata de romper el libreto de estupideces que se nos ha hecho internalizar para estas ocasiones: “No te apures dios aprieta pero no ahoga”, “sigue pa’lante”, “pues a estudiar otra cosa”, “pues a re-entrenarte”, “pues sigue buscando”, “pues búscate un part-time adicional”, “pues múdate de nuevo”, “pues donde viven dos viven tres”, “tú siempre has sido un luchador, anímate”… Estos consejos son solidarios tal vez, pero no contigo, sino con el sistema, porque de nuevo se siente como que este es tu problema, así es como funciona el mundo y punto. Realmente lo que te dicen es sigue jodiéndote, no hay nada malo en este sistema que produce pobreza.
Pero ya he hablado demasiado de mí y de mis amigos. ¿Y tú, cómo estás, bien?
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