“Yo no tengo estudios ni escuela, pero tengo estos dos brazos, fuertes, para que a su hija nunca le falte nada” Esas fueron las palabras que mi padre le dijo a mi abuelo, cuando fue a pedir la mano de mi madre. Mi abuelo recordaba que le impactó la sinceridad en su tono y expresión y que nunca dudó en darle su consentimiento. Mi padre nunca falló su palabra. Fue un
excelente proveedor, a veces con dos trabajos. Nunca lo oí quejarse de tanto trabajo, excepto cuando se quejaba que no podía estar más tiempo con nosotr@s. De hecho, cuando fue vendedor de puerta en puerta, vendiendo
“vacuum cleaners”, halló maneras de incorporarnos en las demostraciones para acompañarlo. Las propiedades que adquirió, casa, carro, y más tarde un local para su propio negocio, siempre los adquirió en acuerdo con
nosotr@s, y siempre nos recordaba “mi esposa y mis hijos se merecen lo mejor, lo compro para ustedes.” Mi padre siempre tuvo claro lo que es ser un buen hombre. Un buen hombre es un hombre de familia,con esposa e
hijos, para quienes él debe ser un buen proveedor. En la medida que sea exitoso, en esa medida culmina su meta de hombre.
“La mujer mia se queda en la casa cuidando a mis hijos” Ésas fueron las palabras que mi madre escuchó decir a mi padre, una noche, cuando al llegar de trabajar encontraron a la niñera golpeándome. Mi madre me
cuenta, siempre emocionada, que en ese momento confirmó que mi papá la amaba. De niño, yo oía emocionado a mi madre contarme las historias de
cómo mi padre la cortejó, de cómo la “pidió”, de cómo se casaron. Cuando en él trabajo con organizaciones comunitarias y luego en la Universidad de PR descubrí el feminismo, esta frase, tan romántica como mi madre la recuerda, cambió. Aprendí que la frase era sexista, discriminatoria y que objetificaba la mujer como propiedad. Lo que entonces no me enseñaron con la teoría fue que aún podía, y debía, seguir apreciando el brillo en los ojos de mi madre cuando lo cuenta, eso lo aprendí más tarde. Mi padre
siempre compartió con mami la obligación de cuidarnos. Cuando no
estaba trabajando, siempre estaba con nosotros. Fue rara la actividad a la que papi asistiera que no nos llevara . Una vez crecimos y pudimos protestar pues no compartíamos sus mismos intereses, ni la edad de sus amistades, entonces siempre se iba con mami. Mami fue su novia hasta que él murió y eso, ser hombre, padre, jefe de familia lo enorgullecía, lo constituía. Lo hacía sentirse completo. Mi padre siempre tuvo claro lo que es ser un buen hombre. Un buen hombre, ama a su esposa, ama a sus hijos e hijas incondicionalmente. Un buen hombre es un padre de familia, presente y provee dirección a sus hij@s.
“Si un día me entero que tuviste una pelea y perdiste, te voy a dar otra pela” Estas palabras me marcaron para siempre. Me las dijo un día en que por casualidad llegaba y yo estaba a punto de pelear (realmente coger una pela, yo nunca aprendí a pelear) en una acera. Desde entonces ya me daba miedo pelear por miedo a perder. Mi padre nunca se enteró del bullying. Mi padre siempre tuvo claro lo que es ser un buen hombre. Un buen hombre, sabe defenderse y no tiene miedo.
Siempre recuerdo a mi padre en Septiembre, cuando cumplía años, nunca recuerdo el mes en que murió. Aunque, en general, soy terrible con las fechas. Nunca he entendido esa obsesión, muy humana, de casar los eventos con las fechas. Asi que en este mes lo recuerdo más que otros meses, y siempre que lo hago, trato de hacerle justicia a su memoria. Tal vez es síntoma de que me pongo viejo o tal vez el tiempo me hace más sensible. Pero a veces trato de entender, qué significaba ser padre para mi padre. ¿Hay algún sentimiento “universal” asociado a ser padre? No conozco
personalmente qué se experimenta cuando nace un hijo biológico. Nunca he querido tener hijos desde pasada la adolescencia, aun cuando una muy querida amiga mia me pidió mi semen/semilla, nunca quise. Imagino que se sienten grandes esperanzas e imagino que sentiría miedo de no poder protegerlo a cada segundo de su vida. Sentiría miedo también de cuánto amor puedo darle, cuánta esperanza. Se habla mucho de lo que un padre quiere para su hijo y de la posible decepción que un padre siente al tener un hijo gay. Pero casi nunca se habla de la decepción del hijo, que no puede darle a su padre, hombre heterosexual, lo que él quiere.
Pienso, sin embargo, que esa definición de género, que formó e inspiró a mi papá fue siempre la brecha que no pudimos superar. Esa definición de género que principalmente mi madre, pero también mi padre, inculcaron en mí, hizo imposible que nos aceptáramos mutuamente, yo a él como padre, él a mí como hijo. En discusiones con algunos amigos, he pensado que fue la definición de hombre, de hombría, que no sólo formó a nuestros padres, sino que les sirvió de refugio y de inspiración para salir adelante en tiempos pasados, creó una fisura, que muchos no pudimos rebasar.
El padre de Tommy siempre fué un buen proveedor. Pero siempre se llevaba sólo a su hermano menor en visitas a diferentes deportes. Tommy me contaba cuán incómodo se veía su padre cuando estaba a solas con
él. Cuando lo necesitó económicamente, siempre estuvo presente. Una vez, necesitó un guardarropa completo para un nuevo trabajo, su padre se lo surtió todo. Sin embargo, el silencio entre ellos fue la constante que
definió su relación. Lo mismo con Chino, y con Ángel, y también Miguel. Todos hijos de padres buenos, todos convencidos de que la distancia establecida por esa expectativa de género, era la única brecha insalvable en
sus relaciones con su padre.
¿Y cómo salvar esa brecha, que a veces es abismo, que a veces ensordece con su silencio siempre ya presente desde las primeras dudas? Con mi padre, esa brecha, no se cerró. Cómo tampoco pudieron cerrarla Tommy, o Ángel, o Chino. Todos seguros de que nuestros padres nos querían pero conscientes de esa distancia. Recientemente con otros amigos, hemos podido describirla como una especie de “nostalgia por lo que pudo haber sido.” Nuestros padres nos querían, nos amaban incondicionalmente, pero, qué hubiera sido si el niño fuera más “hombre”, qué de la boda y de los
nietos, y en mi caso, único hijo varón, qué pasará con mi apellido, aquí quedó, aquí murió. Mi amigo Edgar me propone que es una decisión terrible, porque para poder aceptarnos como “hombres de bien” tienen que
renunciar a esa definición de hombre que los formó y que los hizo hombres de bien, productivos, hombres de familia. ¿Es más fácil “to mourn the son” que “to mourn the self”? A pesar de mi visibilidad como hombre gay y de lo mucho que había leído, confieso que nunca tuve las palabras, el conocimiento, para tal vez, sentarme con mi padre a discutir este asunto preciso.
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