Para mirar el matrimonio gay quiero compartir algunas de las experiencias que he tenido en distintos procesos de divorcio o separación de parejas del mismo sexo. Esta no es una muestra gigantesca, ni científica, y no aspira a proveer conclusiones absolutas. Cubre ocho años en los que he ayudado a parejas a separarse, a resolver asuntos de custodia, y resolver algunos casos en corte de familia. Dos de esos años fueron exclusivamente con parejas del mismo sexo. La gran mayoría de los casos fueron en New York. Algunos casos fueron en New Jersey.
Es durante el proceso de separación y de discusión de custodia y visita, que he tenido la oportunidad de echar una mirada íntima a lo que era el matrimonio de estas parejas. Sólo entendiendo qué significaba el matrimonio para esta gente podía ayudarles a disolverlo, entender cuáles eran sus necesidades y qué era lo que sentían perder. El divorcio es muchas veces parte del matrimonio y al igual que la mayoría de nuestras amigas y amigos heterosexuales, a la hora de la boda, poca gente piensa que pudiera haber una separación. Llegan a ese momento en crisis y enfrentándose por primera vez a sus diferencias sobre los derechos de la pareja a la hora de la separación.
Muchas parejas acudieron al Centro LGBT con la expectativa de encontrar algún servicio paralelo al sistema legal por una aprehensión justificada de que las cortes no respetarían sus relaciones de la manera que se respetaban los matrimonios y que posiblemente serían hostiles a ambas partes. Me refiero a un servicio que se prestaba años antes de que el matrimonio de parejas del mismo sexo fuera reconocido legalmente en el estado de Nueva York. Los remedios en la corte civil, y el marco jurídico que proveían las uniones de hecho no estaban preparados en ese momento para atender las necesidades de parejas del mismo sexo.
Lo que más me impactó de estas separaciones fueron los patrones de comportamientos que generalmente observamos alineados de la misma manera que se alinean en parejas heterosexuales. Entonces la división laboral por género que se ha discutido como parte de la visión de la familia cómo una unidad de producción colapsa y se convierte en otra cosa, que viene siendo la misma cosa, los valores que el capital ha asignado a esas labores y las maneras conceptuales en que se prioriza el trabajo asalariado versus el trabajo no asalariado, subsisten aún cuando el género asignado tradicionalmente a las mismas cambie. Cuando ambas personas tenían trabajos asalariados, la persona con mayor ingreso argumentaba que su aportación al matrimonio era mayor.
Entonces, mi decepción es grande pues no hemos cambiado en nada la institución del matrimonio al integrarnos a ella. Al contrario, los patrones que replicamos, son los mismos patrones que dieron origen a la familia moderna en tanto unidad de producción. Por años hemos definido como “masculinas” las características que valoran la contribución monetaria a la relación, lo cual era mucho más marcado por género cuando eran solamente hombres quienes ganaban un salario por su trabajo. También hemos definido como “femeninas” esas contribuciones a la unidad matrimonial que no son asalariadas, ni proveen beneficios de retiro, ni vacaciones pagas, porque competen a lo doméstico.
Me apena descubrir que estas categorías o divisiones sobreviven aún cuando no hay una diferencia en género en la relación matrimonial.
En mi rol trabajando con parejas del mismo sexo y optimista como soy esperaba que las parejas de mujeres fueran más sensibles a estos asuntos, más balance, y no lo niego, también esperaba más sensibilidad y balance de poder en las parejas de hombres. Sin embargo, para mi sorpresa, los patrones de conductas se alineaban de la misma manera que en las parejas heterosexuales. Irrespectivamente de si la pareja era de dos hombres o dos mujeres, la persona que más salario devengaba o que mejor profesión tenía (en términos de cuán bien pagada fuera), ridiculizarba o descartaba como mínimas las contribuciones económicas de su pareja y se burlaba de las aportaciones no asalariadas de la pareja. Los argumentos también para mi sorpresa reafirmaban un binomio conocido cuando se acusaban de “racional” y “emocional”.
La persona con más poder económico exigía que los criterios fueran “racionales”. La persona en la cual recaía el trabajo doméstico exigía que el mismo se reconociera y que sus contribuciones a la relación y apoyo a la pareja que recibía salario, se reconocieran. Caso tras caso era decepcionante y muchas veces tuve que recordarles a estas parejas que se llenaban la boca de que apoyaban el matrimonio LG que de estar casadxs las reglas serían otras más ecuánimes.
Ejemplos de casos que vi fueron, el de una cirujana1 y su compañera inmigrante. La cirujana tenía práctica privada y era dueña del hogar de ambas. La pareja se había dedicado, por petición de la cirujana, a criar a la hija de ambas. Ahora la cirujana tenía una novia mucho más joven y exigía “acomodo razonable” o el fin de la relación. Su arrogancia era tal, que desde el principio advirtió que cuando la compañera comenzara a llorar, ella saldría a fumarse un cigarrillo en lo que se calmaba. También insistió en que la que estaba presente era su “esposa” y la otra era solo una “novia” o distracción y le daba coraje que su “ esposa” no lo viera así. Se sentía magnánima porque no botaba de la casa a su compañera y su hija, y les iba a permitir quedarse. Una y otra vez se describió como la proveedora en la relación y se refirió a la labor doméstica de su esposa como “cosas que yo la dejo hacer para que ella se sienta bien”.
Otro de los casos incluía un alto ejecutivo de Wall Street y su pareja. Ahora que se separaban, el ejecutivo no recordaba ninguno de los regalos a su pareja (obras de arte) y le decía que estaba loco si creía que las había comprado para regalárselas. Se negaba a conceder que su compañero le había estimulado, apoyado y convencido de pedir las promociones que había conseguido en su carrera y descartó todas las cenas de negocios que su compañero preparó para él y sus socios en el apartamento de lujo que compartían como apoyo a su carrera y aportaciones a la unidad familiar. Si el compañero lloraba, viraba los ojos hacia atrás y trató de feminizarlo dejando escapar detalles íntimos personales que no eran relevantes a la separación de bienes.
En tres de cuatro casos de parejas de mujeres con hijxs, las madres biológicas descartaron y negaron cualquier lazo filial entre la madre no biológica y lxs niñxs. Cuando el padre adoptivo era solo una de las dos personas en la pareja (y muchas jurisdicciones no permiten a parejas del mismo sexo adoptar juntas) entonces el padre o madre no-adoptivx se encontraba sin ningún poder de negociación. Cualquier truco que permitiera a una “ganar” sobre la otra, era permitido, sin importar, que fuera usar los mismos discursos que la derecha ha utilizado contra nuestras comunidades por décadas para deslegitimar nuestras relaciones afectivas. La utilización de la biología para que se reconozca a un padre o madre y a la misma vez se des-conozca al otro padre o madre es uno de los espectáculos que más me impactó, al igual que el reclamo de leyes claramente homofóbicas para prevenir cualquier contacto filial con el padre o madre que no había adoptado.
En todos y cada uno de los casos, una mirada al matrimonio a través de su separación develaba que habían dos visiones diferentes sobre su relación. Las personas con menos poder económico de momento eran confrontados con que el trabajo que contribuyeron a la relación, no era su contribución, sino que era lo que se esperaba de ellxs, lo “menos” que podían hacer, lo que le “debían” al “proveedor o proveedora.” Las personas con el mayor poder económico en la relación, se sorprendían de que su condición de proveedora/proveedor, no se viera como una que merecía privilegios y poder decisional absoluto.
En fin que mi experiencia con las parejas que he trabajado insinúa que el matrimonio al que “los gays y lesbianas” estamos entrando no es uno gay como dice la prensa, sigue siendo uno heterosexual con claras divisiones de labores que responden más a las realidades económicas de lxs individuxs dentro de la unidad familiar y donde la biología todavía funge un rol privilegiado.
Al hacer esta reflexión no insinúo que es una responsabilidad absoluta de las parejas del mismo sexo el crear relaciones de familia mejores que las de las parejas heterosexuales, esa responsabilidad es de todas y todos y la orientación sexual no es relevante. Pero, sí apunto a que hasta ahora, el modelo que he podido explorar, es el mismo modelo heterosexual que continúa reproduciendo desigualdad al interior de la relación, y tenía esperanza de que fuera distinto.
Este ensayo se publicó originalmente en 80Grados.net
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