“Rendirse ante el aparato del país” es un concepto profundo, conmovedor, y digno de varias charlas con gente inteligente que en otras circunstancias vivieron el desaliento de ver sus seres queridos morir sin que el Estado los quisiera contar. El registro de muertes por SIDA en la Ciudad de Nueva York, al principio, lo copiaba el Estado en una libreta con un lápiz, sin tan siquiera un disimulo actuarial. Rendirse ante el aparato del Estado me parece muy similar a sentarse, sentarse en una guagua, sentarse en un counter de Woolworth. Rendirse también apesta a soledad sin solidaridad, a dolor que no tiene testigos. Watch out, hijos de puta. Como dijo el “maggot” aquel, “don’t push it”. —Manolo Estavillo
Desde temprano, una vez pasado el huracán María, empecé a extrañar entre las noticias oficiales las referencias a las muertes. Las primeras 24 a 48 horas especulé que debía ser una estrategia del gobierno porque no habían podido notificar a los familiares. Luego de 6 días, comencé a dudar. El gobierno de Puerto Rico rehusaba hablar de muertes, el tema no parecía importante para ellos. Varios de los recuentos de vecinos y familiares no parecían describir muertes adicionales a las que el gobierno reconocía. Lo sabíamos porque quienes estábamos fuera de Puerto Rico en esas semanas consumimos y compartimos la más mínima noticia, además vivíamos en el teléfono, aterradas tratando de comunicarnos con nuestros seres queridos.
Las 13 o 16 muertes que al principio se narraron oficialmente no incluían los recuentos que nos llegaban de personas de carne y hueso que perdieron sus familiares o vecinxs. Demasiados buscábamos saber de los nuestros más cercanos, pero también queríamos saber de los demás, pues para quienes estábamos fuera del país, todxs eran nuestrxs. Desde fuera de Puerto Rico, no vimos un esfuerzo real del gobierno por atender las víctimas en todo Puerto Rico, no se vio nunca un plan organizado para llegar a los municipios, a los campos, a la gente. Quienes estábamos fuera tuvimos consciencia de eso, por eso tanta gente en la diáspora se organizó y muchos enviamos ayudas, comida, baterías, todo lo que se necesitara. Ni en eso pudo el gobierno ser eficiente; los cuentos de paletas completas de comida dañada en almacenes que nunca se repartió, o generadores que nunca “llegaron”, son demasiados para no ser ciertos algunos de ellos. Cuando por fin vi una escena con los alcaldes llegando al Centro de Convenciones, todos abrumados, me pregunté, ¿Por qué tienen que sacrificarse e ir al palacio a mendigar ayuda cuando el palacio debiera estar en esos pueblos con todos sus recursos ofreciendo apoyo y ayuda?
Entonces se dio la desafortunada visita de Trump y muchos vimos, ya hundidos en la tragedia, empapados de abandono y desesperanza, al gobernador de Puerto Rico, despojando su puesto de toda la dignidad que le quedaba. En ese momento crucial, oportunidad de oro, cuando estábamos ante los ojos del mundo, el gobernador se hizo cómplice servil en el ejercicio criminal de negar la precariedad y necesidad de nuestro pueblo, de sus enfermos y desposeídos. Por el contrario, lejos de afirmar que se vivía en medio de un desastre, todavía sin atender debidamente o solucionar, fue partícipe encubridor minimizando nuestra tragedia, afirmando que solo había 16 muertes “certificadas” y nada más. No merecíamos la atención que se le dio a Katrina, o a Sandy, o al 9/11. De la fibra que se hacen los patriotas no está hecho ese señor. Sabíamos que el truco estaba en el “certificadas”, sabíamos ya que eran muchas más, y que la pelea sería para que precisamente se “certificaran”. Es en ese momento que sentí como un golpe en el estómago, un flashback me llevó años atrás, ya esta lucha la dimos antes, pensé. Sí, la dimos antes, con las muertes de nuestros familiares, amigxs, vecinxs, compañerxs que murieron de SIDA. El gobierno de entonces igual que el de ahora, se negó a certificar las muertes de SIDA porque las muertes eran ese testigo irrevocable que evidenciaba no solo abandono, desprecio, desdén, sino también incompetencia, ineptitud y últimamente, su inutilidad. Sabíamos entonces que los sidosos no importaban para el gobierno, eran todos y todas desechables, un fastidio que además costaba dinero.
Ahora pasa igual en Puerto Rico. En Puerto Rico, luego de los huracanes Irma y María, se ha tratado a toda y todo el que no es rico como mera población excedente. Conocí por primera vez el término de población excedente en referencia a las favelas en Brasil. El término refería a poblaciones que, cuasi expulsadas del mercado, sobreviven al margen del gobierno y sus infraestructuras. Viven en espacios que el gobierno ha abandonado y sobreviven en su ausencia. A veces puede que entre la policía, pero muchas veces no le importa a nadie el caos en sus vidas. Sé que hay otras definiciones económicas tal vez más precisas. Pero esta es la que uso, una definición más libre. Aun así, reconozco que es definitivamente lo económico lo que enmarca y define el término. A la gente de las favelas ya el gobierno le ha extraído todo el valor necesario. La vida y el trabajo es tan precario que cualquier plusvalía individual o colectiva es desdeñable, porquería.
El término población excedente es terrible porque es aplicado a seres humanas. La palabra excedente nos refiere a lo que sobra después de lo que sirve. Sinónimos de la palabra excedente son: sobrante, remanente, residuo, resto, innecesariedad, desperdicio, sobra, detrito o despojo. Qué terrible entenderlo cuando lo vemos aplicado a nuestras madres, nuestras hijas, nuestras hermanas y hermanos, nuestras vecinas. Lo vemos aplicado tanto a la gente que queremos, como a quienes ni queremos ni conocemos, pero habitamos el mismo país.
En Puerto Rico, poco a poco nos fuimos acercando a esta realidad. A través de nuestra historia se nos ha privado de mucho. Privados de autonomía, privados de nuestros puertos, privados de salarios decentes, de servicios de salud y ahora de educación. Nuestros trabajos cada vez más precarios y ausentes. Ya gran parte de la población está sumida en la pobreza, vamos aportando menos y menos al erario, pero necesitando los mismos servicios. Poco a poco el gobierno se ha ido desentendiendo de su obligación de brindarnos servicios ciudadanos esenciales. Los criterios del mercado salvaje, los criterios de buitres que como carroña nos miran, se han impuesto. Lo privatizan todo porque ya somos una población excedente, no nos pueden extraer más ganancia y fastidia tener que darnos servicios, cuesta dinero darnos servicios, salud, comida, educación, buenas carreteras, transportación pública, casa, techo (porque sabemos ahora que aun entre quienes tienen casa hay muchas casas sin techo). Nos quedaba la tierra, este país es nuestro, creíamos, pero la tierra también la venden, o nos la quitan o la regalan, no importa, no la consideran nuestra como tampoco consideran a Puerto Rico nuestro país. Ya el mercado nos declaró excedente, ya se están apropiando de las tierras y pronto tendrán las playas, y también nuestro patrimonio. Somos población excedente, que fastidio somos.
Tal vez ahora podemos entender cómo se sintieron en su momento los sidosos, tal vez ahora somos todos sidosos y en nuestra tierra, sobramos. Y aquí estamos, como si necesitáramos más prueba, como antes el gobierno traidor no quería contar nuestros muertos de SIDA, ahora se negaron a contar los muertos de María. ¿Quién muere? mueren los sidosos, pues no los contemos, ¿quién muere? mueren los más pobres, los sin nada. Pues tampoco los contemos. ¿Quién muere? Muere el excedente, nos sobra esa gente. Poblaciones excedentes, que ni muertos cuentan.
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