Estoy tan seguro de que esta pregunta es más bien una aseveración, que pienso que no hay que sustentarla. Cualquiera que se tire a la calle y por la noche repase su día con mente crítica puede contar las muchas instancias en que las mujeres, ya sean nuestras madres, hermanas, vecinas, compañeras, amantes, jefas, etcétera, son insultadas, menospreciadas, ridiculizadas, mofadas y empequeñecidas; todo el tiempo, en todos sitios. Las burbujas existen pero son frágiles. No hay nada como el bonding que se da en el momento en que decimos un chiste misógino y descubrimos que ¡sí! podemos reírnos juntos de las mujeres; ese momento de complicidad en que descubrimos que la(s) mujer(es) que se divierte(n) con nosotros no tiene(n) complejos y se puede(n) reír de sí mismas, o si no, al menos de las yales, o las gordas, o las patas, o las negras, o las pobres…

No es difícil identificar, si queremos, las instancias diarias en que le decimos a las mujeres (o a otras mujeres) que son menos, que valen menos. Lo que sí es difícil es poder hablar del asunto. Cualquier intento de hacerlo es bienvenido con respuestas como: “Eso es elitista”; “Yo no quiero ser ‘politically correct’”; “Así es que se habla en mi calle” (o en “la calle”, en “el barrio” o “mi barrio”). Como si admitir el sexismo y la misoginia fuera un atentado contra el realness, un atentado colonizador y contra natura. Después de todo, en un país con un nivel tan alto de pobreza, donde la educación para muchos es un lujo, donde mantener los hijos y las hijas es un reto, donde conseguir trabajo es tan difícil y conseguir un techo tan arduo (todas tareas que se atribuyen al “hombre de verdad”), ¿qué más le queda a los hombres que la “supremacía del falo”, agarrarse a esa jerarquía que la desigualdad de género produce? Es tal vez por eso que convertimos en héroes populares a personas como el fenecido Gilberto De Jesús Casas, quien popularizó el personaje de “Mi Pana Gillito”. (Nada personal contra él, pero toda mi energía está en contra del falocentrismo y misoginia de sus expresiones. Si así es que se habla en “la calle”, es necesario educar para que eso cambie.)

“Mi pana gillito” era un héroe entre varios sectores de puertorriqueños (con más de medio millón de suscripciones en su canal de YouTube). Su crítica populista al “gobierno”, aunque muchas veces certera, contra los impuestos, contra el corporativismo, contra los abusos de funcionarios electos, emerge de un profundo falocentrismo y misoginia. Todas las soluciones que ofreció Gillito comenzaron y terminaron con su “bicho”; su bicho para solucionar la crisis del precio de la gasolina (“súbete ejte”), su bicho para el político corrupto (Ejte pa tu culo, chúpate ejte, ejte va a votar por ti canto e cabrón, etc.). Su bicho para quienes apoyaban la “vía verde” (toma ejte super tubo por el culo). Toda mujer una puta, una cabrona, una futura dependiente de pensión alimenticia, una puta que se chupa los salarios de los pobres y engañados hombres.

Esto de proponer el bicho propio como la solución a todo problema político o económico ya se ha tratado por más de un siglo y no funciona; tenemos que proponer otras soluciones. Y tenemos mucho que educar para que aprendamos que los hombres podemos contribuir con otras cosas y que en la creación de soluciones tienen que participar y hasta liderar las mujeres.

El Día Internacional de la Mujer pasé por una comedia de stand up en el Viejo San Juan¹. El sitio estaba lleno y yo quería ver el stand-up line up que presentaron. Desafortunadamente, durante el show diferentes comediantes se refirieron a las mujeres como “cabronas” muchas veces. Entre otras cosas, parece que son cabronas porque se tardan en pedir la comida en los fast food, porque no saben mamar bien, porque les gusta Ednita y porque “qué más quieren si además de hoy, Día Internacional de la Mujer, se han quedado con el día de las madres, y hasta con el día de los padres, reclamando que ahora son padre y madre a la vez”. La hostilidad contra las mujeres es abierta y transparente².

No tan transparente es el ángulo misógino en el personaje Francheska, encarnado por su creadora Natalia Lugo. Según El Nuevo Día su canal de YouTube tiene 20,000 suscriptores y más de 185,000 vistas en algunos de sus vídeos. Hasta ahora a Natalia se le ha denunciado como “clasista”, pues su personaje recibe cupones de alimento y vive en un caserío, es una mujer pobre con varios hijos de hombres diferentes, uno de sus hijos muerto en un tiroteo. Sin embargo, para Natalia, Francheska no es una mujer pobre, Francheska es una yal. Como dice La Canción de las Yal, escrita por Andrew Caro y en cuyo video Francheska aparece. Andrew Caro, quien se ve muy dulce y bonachón en la canción, dice que no le importa que ella sea Yal (¿a pesar de que él es superior?), pero al final se muestra sufrido pagando dinero de pensión alimenticia afirmando en la canción que “la pensión de los nenes en ti quieres gastar.” El precio intrínseco por enamorarse de una yal. En un país donde la pobreza tiene cara de mujer, el chistecito que reafirma estereotipos de las mujeres pobres no es solo clasista, es misógino.

En fin, a las mujeres en Puerto Rico se les describe demasiado a menudo como cabronas o putas. En este país, donde la mayoría de las madres solteras viven por debajo del nivel de pobreza, aun aquellas que trabajan y ganan menos que los hombres por igual o más trabajo, son yales, cuponeras y tienen hijos para quitarle el dinero a los hombres.

Las iglesias cristianas en Puerto Rico han cooperado con este clima de ignorancia y violencia, sobre todo oponiéndose rotundamente a la educación con perspectiva de género que pudiera comenzar a cambiar todo este clima de violencia. Las iglesias mantienen jerarquías estrictas que conservan a los hombres en las posiciones más altas con acceso exclusivo al poder decisional. En muchas de ellas Dios le habla a sus feligreses exclusivamente a través de hombres. ¿Por qué cuando se habla de violaciones en las iglesias, dirigidas por curas y pastores, ya no se habla de las niñas violadas? ¿Por qué ni la prensa escrita, ni los medios, ni las comunidades, han hecho extensiva su indignación por la frecuente violación de varones en las feligresías también a las violaciones de niñas? ¿Acaso de verdad creen que valen menos? ¿Acaso ellas sí merecen el abuso y no la indignación? Mi amiga Teresa fue violada por su pastor en Canóvanas; un pastor joven y prometedor. Primero su familia dejó de hablarle amenazándola con el peligro que supone avergonzarlos frente a la congregación; cuando ella insistió, la expulsaron de la congregación. Y allí quedó sola, sin familia ni iglesia. La seguridad del pastor violador era más importante que la de la niña prepubescente. Mantener la superioridad del hombre en una jerarquía religiosa exige que sea impune, incuestionable e irrefutable.

Los pastores que recientemente se ofendieron al sentirse confrontados en el Capitolio con los crímenes de sus iguales,  hicieron un flaco servicio a las niñas y niños de sus congregaciones. Ese día pudieron haber declarado que no se iban a permitir más estos abusos, ordenar que desde los púlpitos se gritara que Dios no le dice nunca a un pastor que toque a las niñas y niños de la feligresía. Ese día pudieron haberse solidarizado con las niñas y decirle a los padres y madres que está bien denunciar a la Justicia a todo cura o pastor pedófilo. Pudieron haber dicho que la congregación será más fuerte y segura con los pedófilos tras las rejas. ¿Por qué es tan difícil pronunciarse abiertamente y claramente en contra del abuso de niñas y niños?

¿Explica esto por qué recientemente se expuso que el Departamento de Policía ha descartado, escondido e invisibilizado un gran número de violaciones a mujeres en Puerto Rico? ¿Qué se quiere verdaderamente esconder; que las feministas tienen razón? ¿Que en Puerto Rico sí se odia a las mujeres? Todavía no he escuchado qué se va a hacer para corregir y resolver esta situación inmediatamente. Un país que ni siquiera se molesta en reportar las violaciones de sus mujeres, está condenado a vivir y confrontar esa violencia en las primeras planas de sus periódicos cuando ese mismo odio y desprecio se traduce en muertes. Y pobres mujeres…, siempre son ellas las que se buscan su muerte, por no salir de su situación, por enamorarse de hombres así, por no pedir la orden de protección a tiempo, por dejar que expirara, por abusar con la pensión, por no pensar en sus hijos primero, por no buscar de Dios, por vestirse de tal manera, por estar a esas horas en la calle, por lo que sea. Siempre son putas, siempre son cabronas aunque somos bien condescendientes con las que nos caen bien. Esas son “chulita” “mamita” “bonita”. Que no nos olvidemos; la condescendencia también es violencia.

Pero no es solo contra las mujeres, es contra todo lo femenino. Entre los hombres gay se utilizan los pronombres femeninos contra otros hombres gay durante peleas o discusiones a manera de insulto. La descripción “pasiva” de lo femenino se utiliza para describir conducta atribuida a las mujeres en la cama (la mujer coge, el hombre da, el hombre clava, el hombre empuja, el hombre come, la mujer coge.) Lo “femenino” en un hombre gay muchas veces se utiliza, no solo para atacarle, sino para descartarlo como potencial compañero sexual, como amante. La frase “no fems” en los personales de hombres gay es casi estándar. Lo “femenino” amenaza el frágil estándar de masculino al que aspiran hombres gay desesperados por probarle al mundo que siguen siendo “hombres” en el sentido patriarcal machista de la palabra. No se trata solo de una materia de gusto; es un rechazo manifiesto a toda representación de género que no se adhiera a un código estricto de género tradicional y misógino, donde fuera del marco masculino todo lo demás es defecto. Mi buen amigo Abdiel Echevarría Cabán recientemente comentó en Facebook:

Cuando mi pana me dijo: “El amigo mío dijo que eras muy ponka para él” yo respondí: “Y él demasiado pendejo para mí. Estamos a mano. Dicho sea de paso, y tú también eres tan pendejo como él”. Para mí esta pendejada de la homofobia internalizada no se reduce a un asunto de gusto. Quizás, pero lo que hay solapado es el terror a ser feminizado y como consecuencia degradado a la condición de mujer. No es una cuestión de estética de la identidad; es la forma de la conducta y su proyección ocultando la misoginia. El género sabemos es fluido y sus prácticas deberían asumirse con libertad. Cuando media el prejuicio coartamos lo mejor de las personas por un mero asunto de performatividad identitaria. Lo cierto es que, cuando usted, mi pana, me dice que su pana, es decir su amigo gay, le indica que soy demasiado loquita, usted refuerza el prejuicio y lo autoriza. Se vuelve cómplice de las prácticas normalizadoras de la masculinidad. ¿Por qué? Porque si se escucha bien, usted lo que me está diciendo es que, como hay algo demasiado subido de tono en mi personalidad, hay algo mal con eso. Y usted quiere a su pana macho porque es un espacio seguro.

Y así vivimos en Puerto Rico, las mujeres valen menos que los hombres, las mujeres gordas menos que las mujeres flacas, las mujeres negras menos que las blancas gordas, las mujeres pobres menos que todas las demás y nos reímos del asunto y nos negamos a discutirlo.

Lo peor para mí son las micro-agresiones; esas que ocurren todos los días, en múltiples ocasiones. La agresión pasiva, disimulada, disfrazada dentro del chiste. Los hombres hacemos alarde todo el tiempo de la paciencia que tenemos con las mujeres, con su lentitud, con sus “manías”, con su falta de destreza al conducir, con su tardanza en ordenar en Burger King. Son malas si chichan mucho, son malas si no quieren chichar con nosotros, son elitistas si dicen oraciones completas, son Maripili si no las dicen completas.

No intento negar que hay diferencias entre mujeres y hombres. Algunas físicas, muchas en cómo se nos construye socialmente. Pero veo a diario cómo esas diferencias se exacerban, se exageran, y la constante es que siempre se presenta la diferencia de la mujer como la defectuosa, la digna de risa o de mofa, la diferencia que exige paciencia o paternalismo. Qué mucho sufrimos los hombres esas diferencias, cuan tolerantes somos con las mismas. Es más, les hacemos el favor de compartir nuestros espacios con ellas; mejor que aprendan a comportarse para que las diferencias no se noten tanto.

En Puerto Rico nadie trabaja con mujeres, todos trabajan con “chicas” o “muchachas” o con “la vieja esa” (las viejas también siempre son putas o cabronas de apellido.) Yo pensaba que ya no se escuchaba eso de “la mujer mía”, que eso era cosa de viejos, pero debo decir que he escuchado eso 15 veces o más en las últimas 3 semanas. Y la mujer es la culpable de la ausencia de gozaera “es que la mujer no quiere que salga tarde”, “es que a esta ahora no quiere que comamos fuera”, “es que esta se molesta si no la acompaño a hacer la compra”, “es que esta está antojá de ver la familia, tú sabes cómo son.” Esto no lo escuchamos solamente de boca de extraños, sino entre nuestras mismas familias y amistades.

Nótese que no me he referido a las mujeres como víctimas; me refiero a las mujeres como grupo que recibe el escarnio, la mofa y/o la violencia de otro grupo, otros sectores. Las mujeres en su mayoría siguen bregando, haciendo lo que tienen que hacer, sobreviviendo sin pensarlo dos veces. Y muchas veces las mujeres pues se ríen y responden como co-dependientes “estos no entienden”, “si no somos nosotras quien lo va a hacer” “estos machos de nosotras no cambian” “es que no lo criaron así” “él dice esas cosas pero a la hora de la verdad brega” “quien lo va a enseñar a estas alturas a pensar diferente.” Pero metiendo mano, tal vez con la esperanza de que no sea igual para sus hijas.

En última instancia y en lo que el Departamento de Educación tiene el valor suficiente para institucionalizar de forma clara y contundente una verdadera enseñanza con perspectiva de género que destrone la primacía del falo y enseñe a respetar, querer y valorar las diferencias, creo que es bueno recordar que ese trabajo nos toca a todos y todas, podemos comenzar por rehusar ser cómplices de toda esa misoginia disfrazada de chiste inocente, podemos comenzar por exigir que nuestras iglesias renuncien a las jerarquías machistas, podemos seguir exigiendo que las estadísticas del Depto. de la Policía y/o Justicia reflejen la realidad de las violencias que arropan a las mujeres en Puerto Rico, podemos dejar de reírnos de las mujeres pobres, de las gordas y las viejas, podemos dejar de reírnos de nuestras madres, esposas e hijas, podemos dejar de juzgar a las vecinas, a las compañeras de trabajo (esas que posiblemente trabajan más que tú por menos dinero). Podemos trabajar para que nuestras niñas y niños no aprendan a odiar o despreciar otras mujeres.

Y para los hombres que de inmediato preguntan indignados ¿qué pasa con sus derechos?, aquí les dejo esto:

Este ensayo fue publicado por primera vez el 25 de abril de 2014 en la revista 80Grados.

1. No menciono el sitio porque para mí es un espacio importante y necesario y para nada estoy sugiriendo censura ni nada parecido. Solo digo, o repito, que esta es una conversación necesaria. Además, lo que presencié no es diferente de otros stand-ups en Santurce que también he visto
2. Advierto que no estoy llamando a la censura. Estoy llamando al debate. Si los comediantes y otras personas en los medios tienen el derecho a decir estas cosas, nosotras y nosotros también tenemos derecho a discutir el contenido de lo que dicen, denunciarlo y discutirlo